Quien puede depositar en el juzgado 388.483 euros acredita que los tiene. Y si lo hace tras de negociarlo con la fiscalía, acepta que algún beneficio obtiene a cambio; que más perdería no aceptando el coste del cierre del proceso judicial. Así se ha zanjado uno de los tantos casos de corrupción registrados en el mundo político catalán. Éste corría por cuenta de Unió, la pata cristiana del gobierno que encabeza Mas, el presidente de la Generalitat a quien más pronto que tarde le salpicarán aún más cerca otras peplas judiciales.
Que el uso de los fondos para formación, sean éstos de procedencia europea o carpetovetónica, constituye una de las fuentes perversas de financiación de sindicatos, patronales y algunos partidos es cuestión sobradamente conocida, y no precisamente nueva. Como también lo es que todos ellos viven lampando, y no precisamente de las cuotas de sus afiliados y protectores sino aferrados a la grifería de los fondos públicos, es decir, del dinero de los contribuyentes… y de nuestros acreedores externos. Sin embargo, la noticia del acuerdo en virtud del cual determinados representantes políticos del partido que preside Durán Lérida se libran del banquillo, y él mismo de testificar sobre tan feo asunto, ha caído como la cosa más natural del mundo; agua de mayo.
En el tercer trimestre del pasado año, UDC recibió del Estado 548.354 euros para “gastos de funcionamiento ordinario”. Es la cantidad anual que le corresponde por los resultados alcanzados en las últimas elecciones, según ley orgánica del 2007. El haber depositado tan acuciosamente lo acordado con la fiscalía puede ser un indicio de la capacidad de ahorro del partido, que tal vez conservara casi intacto el medio millón recibido hace unos meses. Si no, cabría preguntarse de qué otro extraño montaje han podido salir los euros con que los imputados se han librado de la llamada pena de telediario retirando el escándalo de la circulación, y las más reales que virtuales condenas a prisión.
El caso Pallerols, como tantos otros y en todos los partidos, revela que la picaresca de nuestros clásicos era broma comparada con los niveles que ha alcanzado la corrupción institucionalizada de nuestro tiempo. No es asunto exclusivo del mundo político; el mal alcanza al conjunto de la sociedad. La falta de principios lleva a este final.