Lo sucedido la pasada semana en torno al caso Correa ha sido letal para el presidente del PP. El liderazgo no admite vacíos, lo que el líder ordena se cumple, y quien le plante cara la pierde en el acto.
El líder deja de serlo cuando un pijo que venía ejerciendo de secretario regional del partido le reta en conferencia de prensa convocada para decir que no piensa hacerle puñetero caso. Y si el presidente de esa organización regional no ejecuta lo que se le ordena, es que ya no se le respeta.
Con lo ocurrido Rajoy perdió la ocasión para imponerse definitivamente como referente del cambio necesario.
Primero, en su propio campo, liderándolo sin ambages, sacando de sus filas a los indeseables que se hayan nutrido de la mierda que corre por los albañales de la sociedad actual. Uno a uno, y por su orden. Sin excusas procesales, exigiendo lo que a él compete, responsabilidades políticas. ¿Qué estupidez es esa de que mientras no haya imputados…?
Y ante todo el país, denunciando alto y claro la última maquinación del Gobierno para distraer la atención de lo fundamental y, de paso, laminar la única alternativa real. Claro que el chorizo de Correa existe, que Bárcenas es un extraño senador, que docena y media de militantes populares ha envilecido la política; todo eso parece cierto. Tanto como la explotación planificada de las pesquisas policiales, las escuchas ilegales del juez de siempre, los intentos de la fiscalía de borrar cuanto exculpe a los expuestos en la picota, y, en general, la violación de las garantías jurídicas que asisten al ciudadano.
No habiendo hecho nada de todo ello, el propio Rajoy ha abierto su puerta de salida. No es mal momento, Zapatero no osará abrir las urnas a cinco millones de parados. Hasta el 2011 queda un buen rato.