Acabarán legalizados y podrán presentar sus candidaturas municipales. En junio una docena de ayuntamientos vascos tendrá concejales batasun-etarras. Los socialistas cambiarán de aliados en el parlamento de Vitoria; el PNV sustituirá al PP, Rodríguez Zapatero contará hasta su propio final con los escaños nacionalistas y, además, rematará su paso por el Gobierno de España con el título de “el pacificador”.
Ese es el sueño del que despertará cuando la mano que mece la cuna vuelva a mostrar sus poderes; cuando ETA quiera marcar la meta siguiente más allá de lo que digan los legalizados.
Parece como si el vicepresidente Pérez Rubalcaba, tan hábil parlamentariamente, ignorara los precedentes sobre la cuestión. Tal vez alimente como su jefe la ilusión de cerrar el medio siglo de terrorismo etarra en otro año terminado en “1”; como el de 1971, en que un sector de la ETA VI Asamblea abandonó las armas. O el de 1981, cuando ETA p.m. se autodisolvió renunciando a las armas tras el tejerazo.
En ambos casos, los otros se hicieron presentes para dejar claro quién mandaba. De hecho, en el mismo año 81 en que se disuelven los poli-milis, la ETA que hoy sigue viva montó su peculiar brazo político, Herriko Alderdi, que acabó dirigiendo HB. Y para dejar todo claro, puso una bomba en Portugalete. Así fue.