Los ciudadanos tienen, tenemos, el derecho a vivir lo más tranquilamente posible que permitan las circunstancias. Los poderes públicos están para salvaguardar ese derecho, entre otros. Pero de un tiempo acá parecen poner sus mejores esfuerzos en hacer lo contrario, en no ahorrar molestias a los pacíficos viandantes que bastante tienen con guarecerse de tantos males.
Parece que en esas anda el ministro de Educación y demás cartapacios. La ley orgánica para la mejora de la calidad educativa, es perfectamente defendible; resituar el juego de las lenguas en el sistema educativo que cursa en Cataluña, por ejemplo, también. Incluso perentorio; la lengua, la historia, la geografía y hasta la física cuántica. Lo que no tiene pase es hacerlo por sorpresa, en una disposición adicional, como quien no quiere la cosa; algo así como el torero que cierra la tanda de verónicas con una media diciéndose y para chulo, yo.
Políticamente, una provocación, dada la sensibilidad que muchos ciudadanos manifiestan sobre el asunto, y los tiempos no están para provocaciones. Estos son tiempos para la política con mayúsculas, no para rifirrafes sin sentido. Construir algo efectivo y duradero exige más tiempo y dedicación que ingenio. Claro que dictar es más cómodo que dialogar, pero de lo que se trata es de imponer convenciendo, y ello significa que la victoria tiene que sentirse compartida. Si no, la solución se secará pronto, como el heno –“el heno se seca, la flor se cae”, que Isaías dejó escrito y el Bosco ilustró en su tríptico El carro de heno-.
Así que no cabe sorpresa si la consejera de cultura en funciones de la Generalitat dejara ayer plantado al ministro para declarar algo tan sutil como que se trata al catalán como “la lengua de los súbditos, los esclavos y lengua de segunda». Respuesta tan estúpida como estúpida ha sido la forma de presentar la cuestión.
Y cosas parecidas caben ser dichas de la reforma sanitaria presentada por el gobierno de la comunidad madrileña. Si lo que propone es razonable, y aspectos tiene que lo son, lo que no se le ocurre ni al que asó la manteca es soltar el paquete como quien lanza un cohete a la luna. Ahí tiene González la respuesta: el sistema patas arriba; algo perfectamente coherente con la provocación que significa tratar al ciudadano más que como sujeto como un objeto más de las reformas.
Peor, difícil, pero algunos seguirán intentándolo.