Comentando la visita que el presidente de Chile comienza hoy en España, escribo en Infolatam que Sebastián Piñera es otra cosa. Nada que ver con otros precedentes de emprendedores como el ex presidente Fox mexicano ni, mucho menos, con el esperpento que dirige el gobierno italiano.
Piñera es un liberal moderno; un político tan conservador como consciente de hasta dónde puede llegar el liberalismo en los países en desarrollo. Es decir, convencido de que el Estado es la palanca para reequilibrar las desigualdades en sociedades con más del 20% en situación de pobreza. Y de que para erradicar la pobreza hay que comenzar por la educación, raiz de la dualidad que sufren las sociedades de Latinoamérica. Educación, familia y trabajo.
Ganó la presidencia contra una alianza de socialistas y democratacristianos que llevaba veinte años en el poder. La determinación del personaje, un programa claro y también la corrupción que suele anidar en gobiernos sin relevo a la vista compensaron el tufo pinochetista de una parte de los miembros de la Alianza por el Cambio que encabezó en las elecciones presidenciales.
La Concertación llevó a cabo una exitosa transición pero agotó la paciencia de la mayoría del país, harta de soportar promesas insatisfechas durante dos decenios en las cuestiones vitales que ha decidido enfrentar Piñera: la pobreza, la sanidad, la vivienda y sobre todo la educación.
En una entrevista que el domingo publicaba El País, Piñera lamentaba ante su director, Javier Moreno, que “en América Latina basta ver la calidad de la cuna para poder predecir cómo va a ser la calidad de la tumba”. Romper ese círculo vicioso -pobreza, educación, subdesarroollo- es el desafío que este conservador liberal ha decidido afrontar con los resortes del Estado.
Como decía, se trata de otra derecha.