El colmo de los disparates que acomete cada vez que habla el oficialmente honorable presidente de la Generalitat es la promesa ayer lanzada en una radio catalana gestionada por el grupo Godó. Muy serio, el personaje aseguró que dimitiría si se demostrara su implicación en un caso de corrupción. ¡Con un par! ¿Dimitir? Como si en tal caso no fuera a ser despedido por la puerta de servicio y quedara a la espera del largo viacrucis que, además de exhausto podría acabar en La Modelo.
En campañas como la que los catalanes sufren estas semanas ya se sabe que todo cabe, pero no es menos cierto que también todo tiene un límite. El Mas, como el mismo se apela ante sus palmeros en los mítines, debería hacer dos cosas, a más de envolverse en la bandera con las barras que cuentan dibujadas con la sangre de Wifredo el Velloso.
La primera, retirarse a su casa. Un personaje que se ha puesto el país por montera, que se ha tirado al agua sin saber nadar y además donde no hay agua, es un peligro. Sobremanera cuando incita a sus seguidores a ese salto a la nada. Nada de su locura tiene que ver con la rebelión de aquel conde de la Marca Hispánica, don Wifredo, a quien el galo Luis el Tartamudo dio el condado de Barcelona y aprovechando la debilidad de la incipiente monarquía franca se hizo con las tierras de media Cataluña actual. Aquel fue un emprendedor, este no pasa de ser un pequeño agitador.
Y la segunda, dejarse de historias. Escudarse en que de la herencia de su padre disfruta su señora madre es no decir nada. Porque podría ser, como se acostumbra en muchos casos, que la madre disfrutase efectivamente del usufructo de los presuntos dineros paradisiacos mientras la nuda propiedad haya pasado directamente a sus hijos. Y, además nadie entiende que el jefe del motín no defienda a su lugarteniente, el joven Pujol, y al almirante Pujol el viejo, entre otros… Nada, ese allá se las componga cada cual suena fatal.
Lo que está por ver es que todo este merdé –que dicen allí- tenga algún reflejo en las urnas. No hay precedentes concluyentes sobre la materia. En el caso valenciano no tuvo la menor influencia, claro que lo entonces allí sabido eran pinuts al lado de las cajas de seguridad, las cuentas numeradas y los sangrantes impuestos informales del tres, cuatro o cinco por ciento que salieron de la contabilidad nacional sin romper ni manchar la omertá catalana, esa especie de código de deshonor demasiado extendido por la ribera mediterránea, desde Sicilia a Tarifa.
En cualquier caso para asegurarse de que lejos de debilitar su apuesta juegue el escándalo en su favor, el personaje echa la culpa de sus cuitas sobre el Gobierno, el presidente, los ministros, la prensa madrileña, España y acabará mentando al cardenal Rouco, al tiempo. Sin vergüenza este Mas, ni propia ni ajena.