¿Por qué los medios se empeñarán en llamar Ártur en vez de Artur al señor Mas? Quizá les suena tan raro cuanto dice que han llegado a imaginarle de Oklahoma, por ejemplo. O australiano, que queda más lejos. Pues bien, Artur ha transliterado aquello de Plínio, nulla dies sine linea, en «que no pase día sin hacer el ridículo». Su rueda de prensa en Barcelona para soltar lo que no se atrevió en Madrid, es el colmo en la carrera de despropósitos que parece empeñado en ganar.
En el verano de 1976 Juan Antonio Samaranch, recordado por su dilatada presidencia del Comité Olímpico Internacional pero a la sazón presidente de la Diputación de Barcelona, me mostraba orgulloso la restauración del palacio de la Plaza de San Jaime que con esmero «he preparado -me dijo- para que Pujol presida aquí la Generalitat«. Tal cual. Quien llegó ya con la democracia fue Tarradellas, pero Pujol no tardó en asentar allí sus reales, ahora confiados a Mas. Pues bien, allí ha dado don Artur su última rueda de prensa para soltar lo no quiso decir la víspera en Madrid por colaborar a dar esa imagen de unidad nacional que el exterior necesita. Así trató de justificarse.
Una de dos, o piensa que ese “exterior” es una suma de imbéciles, o que los imbéciles son quienes en el interior escuchamos aquello.
¿Sería realmente su pretensión colaborar en lo de la unidad? Si así fuera el imbécil no habría que buscarlo mucho más allá de su propio espejo. Sólo cabe pues una línea de saliuda: que la explicación dada no se corresponda con la verdad. Porque nadie en sus cabales puede pensar que la imagen de unidad se fija en una tarde de otoño madrileño y que contra ella nada podrán las piedras que al día siguiente él mismo arroje sobre el techo de cristal, que es lo que hoy cubre la imagen de España.
¿Será acaso que don Artur no está en sus cabales? Pistas viene facilitando como para no desechar la hipótesis. Pero no es menos cierto que suelen guardan bastante coherencia entre sí como para sospechar que sabe lo que se trae entre manos. Desde que salió al ruedo pidiendo el rescate no ha cesado de cubrirse a base de derrotes y siempre aquerenciado hacia… las nubes. Lamentable en un bravo, ridículo en una autoridad pública.
No es de recibo, y menos aún cuando ésta lleva aparejado el atributo de “honorable”.
Más que de reputación es cuestión de honor. Don Artur, salve su honor y deje de hacer el ridículo.