… lo que se traen entre manos. Me gustaron las comparecencias de la vicepresidenta y los ministros económicos ayer tarde. Sobre los presupuestos, el cumplimiento del de este año y el proyecto para el próximo, Montoro dio la impresión de andar más seguro de lo que el común supone. Cuando mostró el cuadro del cumplimiento de los ingresos ganó toda credibilidad de la que hasta ahora carecía la política de ajustes emprendida. Que en plena recesión cuadren los ingresos previstos, todo un desafío a la lógica que cursa sobre la materia, es señal de que no hicieron tan mal las cuentas cuando se enfrentaron con la ruina. Es lo que tiene el explicarse.
Este gobierno parece aquejado de un extraño complejo, o quizá temor; el de verse arrollado por la crisis y sus efectos. En la situación en que estamos, y seguiremos estando por meses, pensar en qué pueda salir de las urnas dentro de tres años es perder el tiempo; y dentro de tres años, el poder. Lo que corresponde es precisamente lo contrario; olvidarse de las urnas –incluso de las que se abrirán el trimestre entrante- y gobernar, mandar, para alcanzar los objetivos.
Cómo se determinen esos objetivos no es cuestión baladí. Si esto fuera Wonderland, el país de Alicia, aquí habría que hablar de consenso, del acuerdo más ancho posible entre las fuerzas políticas y demás. Pero aquella Alicia de Lewis Carroll –en realidad el autor era el matemático Charles L. Dodgson– ni está ni se la espera, y las fuerzas políticas cada vez representan menos, y a menos. Lo que siempre es de lamentar, porque la falta de cauces dificulta el diálogo, obliga a gobernar a quienes fueron elegidos para dirigir la marcha, sin más vacilaciones que las que la prudencia imponga.
Claro que puede entenderse que un gobierno no suelte prenda sobre si pide o no el rescate hasta tener bien amarradas las mejores condiciones para los intereses generales del país. Tan claro como que ese proceso lo entorpecen quienes parece que no alcanzan a distinguir entre prudencia y pachorra, descalifican y reclaman con fingidas inquietudes lo que aún no se pueda dar. ¿Consenso, con quién?
El desafío está en la calle, y no precisamente en los aledaños del Congreso, estos días ocupados por una panda de irreductibles, sino en las calles y plazas de toda España; en las casas laceradas por el paro, en los centros de estudio y trabajo, en las empresas que sobreviven teniendo aún que adelantar el pago del IVA, los despachos profesionales en procesos de fusión porque de a uno no dan y los funcionarios de sueldo seguro pero menguante. Toda esta gente, que eso sí que es la inmensa mayoría, necesita saber.
Los españoles hoy ya no tienen que aprender a ejercer sus propias responsabilidades, como cuando hace años emprendieron el camino de la libertad; esa asignatura la tienen aprobada. Ya han demostrado saber bandearse, quitar y poner gobiernos, acertar, equivocarse y en cualquier caso pechar con las consecuencias. Pero hoy el cuerpo social se siente tan lastimado que la inhibición de los encargados de gobernar puede resultar temeraria.
Realmente fue satisfactorio oír a la vicepresidenta Sáenz de Santamaría ayer mismo aquello de que «no sólo hay instrumentos jurídicos y judiciales para pararlos, sino que además hay un Gobierno, este Gobierno, que está dispuesto a usarlos». Estaba respondiendo a una pregunta sobre cómo se las iban a arreglar para impedir el referéndum de Mas. Pues así; gobernando.