En un primer ministro es inexcusable a falta de respeto a los ciudadanos. Tomarse a choteo la pregunta, cabal y precisa, de un periodista interesado en los próximos pasos a dar por su Gobierno retrata al sujeto que aún ocupa la presidencia. Le tachó de pelma, aburrido y para subrayarlo esbozó un bostezo musitando “qué aburrido”.
Pero así es él, siempre falaz y progresivamente perdido entre las telarañas de su ambición. Bostezar ante un auditorio compuesto por informadores, y por ende todo un país, más que una falta de educación es una provocación: “váyanse ustedes a hacer puñetas, me aburren”. Dado su ser, el gesto quedó en un falso bostezo naturalmente.
Al personaje, hablamos de Pedro Sánchez, no le llega la camisa al cuello, agobiado por deudas impagables con sus socios, o presa de una incertidumbre laboral sobre su futuro inmediato. Pero lo peor es que en los últimos meses parece haber perdido su propio cuello dentro de la camisa.
Todo le queda ancho, no da la talla de que presumía. Y esto le pasa cuando más músculo necesita para salir nadando hacia la otra orilla y despegarse de la falange de chorizos, abusadores y puteros que caen como moscas en el estanque fétido de sus amistades peligrosas.
Si el bostezo hubiera sido real cabría pensar que la verdad que cada día cae encima le impide conciliar el sueño. Es lo primero que a cualquiera se le ocurre viendo a otro bostezar. También en la necesidad de oxígeno que los sustos consumen al resiliente.
Y, por qué no, en contagiarnos a los demás del síndrome del “no pasarán”, vistas las grietas que muestra el muro polarizador que levantó frente a la mayoría natural de la sociedad.
No sé ustedes, pero yo comienzo a sentirme harto de tener que pensar mal para acertar.

