Rodríguez Zapatero fue un mal presidente del gobierno de este país. Quizá su mayor defecto estribara en el equipo del que se acompañó; demasiados compromisos previos, que no dudó en anular al cabo de poco tiempo, y la cuota paritaria que elevó a auténticas calamidades hasta el banco azul. Por todo ello, y los malos tiempos que no supo encarar como debía, pagó con la mayor derrota sufrida por las huestes socialistas en las urnas de la nación. Punto y aparte.
Pero lo de Pérez Rubalcaba muestra peores trazas aún. Buena parte de la intelligentsia del país saludó con alivio su triunfo en el Congreso socialista sobre la candidata Chacón, considerada como una aventura sin billete de vuelta. Pero al cabo de tres meses, tan sólo tres, el flamante secretario general ha descubierto que estaba vacío el depósito de responsabilidad que se le suponía.
El ex vicepresidente y factótum político del anterior gobierno, que debería conocer como pocos la gravedad de la situación, compite con los representantes de las minorías más radicales o marginales en un juego siniestro: el desarme del frágil armazón que hoy sostiene al país. Sus manifestaciones son impropias de quien representa a 6,9 millones de españoles, el 28% de los votos que su candidatura recibió hace menos de medio año. Su caso no es el de los comunistas Lara o Fernández Toxo, ni tampoco el de su ex compañera Díez, presta siempre a atizar cualquier fuego.
Un responsable político con vocación de gobierno no puede hacer de la palanqueta su principal arma estratégica, sobre todo estando tantas cosas por reconstruir desde las ruinas que quedaron tras su reciente gestión. Ruina económica, y también política; sobre todo política.
Con cinco millones de parados y el país a punto de quebrar, ¿es de recibo tener como empeño único en fracaso de la única política posible, como él bien sabe? Lo demás, los impulsos al crecimiento, etc. vienen a continuación, con Hollande y sin él. ¿Por qué impedirlo cuando él también sabe que la pascua llega siempre tras la cuaresma?
Lo realmente asombroso es que para ello no dude en estirar los costurones que sostienen el Estado. Eso significan las recientes manifestaciones de Griñán y las propuestas de López, hoy colgado de la brocha. Usar las dos autonomías que su partido gobierna para impedir el ajuste del déficit público es lo más parecido a lo que en otros tiempos se denominaba alta traición. Si la traición es según la RAE el quebrantamiento de la lealtad que se debe guardar, la alta traición, sigue el diccionario de nuestra lengua, es la cometida contra la independencia del Estado.
¿Atentará contra la independencia del Estado hacer lo posible y hasta lo imposible para ser intervenidos por la Unión Europea?
Seriedad, por favor.