La historia de la salida del presidente electo de Venezuela a través de la embajada de España en Caracas es más elemental, sencilla, de lo que aparenta. Son datos conocidos que un señor de avanzada edad, perseguido por el Estado bolivariano, ha pedido asilo político en España, y que para poder salir de su país firmó un papel comprometiéndose a no proseguir su lucha contra la dictadura.
También consta que ese papel le fue presentado por dos altas autoridades del Estado opresor en la residencia de la embajada española, y que un exdiputado venezolano intermedió en el proceso.
Como que el expresidente español Rodríguez Zapatero recomendó al exdiputado de la Asamblea Eudoro González como hombre de confianza a quien terminó ganando las elecciones.
¿No resulta suficientemente claro que la peripecia no tenía otro sentido que eliminar la presencia del presidente electo, destruyendo su capacidad de resistencia y alejándolo del país durante los meses que median hasta la toma de posesión de la presidencia? Dicho por pasiva: a falta de las actas electorales dejar expedito el camino a Maduro. Para quienes tienen ojos para ver, la tramoya es evidente.
El eurodiputado español González Pons dijo en una entrevista: «Si admitimos que hubo elecciones, y las hubo; si admitimos que Edmundo González las ganó, y las ganó; si admitimos que el gobierno de Venezuela las tapó para dar un golpe de Estado, y que para la salida del presidente electo su coacción y su envío al exilio el Gobierno de España ha sido un cooperador necesario, el Gobierno de España se ha implicado en el golpe de Estado que se ha producido en Venezuela«.
La única razón que cabe argüir contra el análisis del eurodiputado es la de incapacidad del Gobierno Sánchez para atender a lo que se perpetraba en Caracas desde la sede de su representación diplomática.
Negar que en suelo español se espiara, se grabara y se empujara a un ciudadano venezolano a salir de su país es como ignorar la entrada de un elefante en tu habitación.
Cualquier cosa es posible entre quienes han hecho de la mentira voto solemne ante el trono de un primer ministro que gusta de proclamarse presidente. En eso radica la consistencia de la troupe que Pedro Sánchez alimenta en las diversas propiedades del Estado; los antiguos poderes independientes, ejecutivo, legislativo y judicial, más la fiscalía y hasta el tribunal de garantías constitucionales.