Más allá de lo ridículo, guarecerse de la que le está cayendo por medio mundo tras la figura de Begoña es un abuso machista de la peor especie. Pero el macho alfa, el puto amo como le define su ministro Puente, no tiene en su almario espacio para la vergüenza. Por el contrario, gusta al primer ministro actuar como jefe del Estado; un día se pone en la fila del besamanos en el salón del Trono, y otro habla de “Begoña y yo”, como ayer en Benalmádena.
El calor de los aplausos le hace olvidar las penalidades que trata de aliviarse con misivas a la ciudadanía publicadas a distancia, que hasta una de sus vicepresidentas ha criticado. No hay parlamento al que someterse, como es lo propio en toda democracia representativa; él lo utiliza como estancia refrendaria, como durante décadas hizo Franco y los Maduro siguen haciendo.
Lo del calor de las adhesiones ya lo explotó tras la publicación de la primera epístola. Le importó un pepino lo exiguo de la militancia que se acercó a Ferraz para darle ánimos. Pero fiel a los hechos, como acostumbra, aquellas decenas de seguidores le sirvieron para hablar del clamor popular que le impelía a seguir adelante. Tomó conciencia de cuán necesario es frente a la contingencia de todos los demás.
Todo vale, guarecerse, cobijarse, etc. tras Begoña; todo, menos tratar de aclarar, de explicar, lo que documentos y circunstancias hacen que su pareja sea investigada por el posible delito de corrupción privada, y a ambos, de tráfico de influencias.
Mientras que esto último no requiere mayor explicación, lo de la corrupción privada se entiende mejor yendo al artículo 286 del Código Penal. Su número primero dice así:
«1. Quien por sí o por persona interpuesta prometa, ofrezca o conceda a directivos, administradores, empleados o colaboradores de una empresa mercantil o de una sociedad, asociación, fundación u organización un beneficio o ventaja de cualquier naturaleza no justificados para que le favorezca a él o a un tercero frente a otros, incumpliendo sus obligaciones en la adquisición o venta de mercancías o en la contratación de servicios profesionales, será castigado con la pena de prisión de seis meses a cuatro años, inhabilitación especial para el ejercicio de industria o comercio por tiempo de uno a seis años y multa del tanto al triplo del valor del beneficio o ventaja.”
En este texto parecen encajar todos los datos, como cartas firmadas, e indicios, visitas, viajes y demás, de las actuaciones profesionales de Begoña Gómez desde que Pedro Sánchez ocupó la presidencia del Consejo. Pero no importa. Eso es accidental, lo fundamental es su derecho a ejercer su profesión, la que sea y como sea.
Ni ética ni estética, a usted qué le importa. Y no me dé la lata con lo de la mujer del césar; estamos en otro tiempo, en otro mundo.