Se preguntan muchos cómo poner fin al gobierno sanchista que, visto lo visto, parece misión imposible. La mayoría parlamentaria no se deshace; está soldada con el plomo fundido por una convergencia de intereses que a todos los socios permite lo que ninguno podría alcanzar por sí mismo. Comenzando por el propio presidente.
Sin ganar elecciones y con un exiguo grupo parlamentario guarecido bajo las siglas del viejo partido socialista obrero español, Sánchez Pérez-Castejón rebasa los poderes constitucionalmente asignados al primer ministro para blindarse ante cualquier contingencia que pudiera poner en riesgo su presidencia.
Y qué decir de los republicanos, independentistas, comunistas y populistas, caterva que apenas representa un 12 por ciento de la sociedad. ¿Dónde mejor iban a estar que soportando la presidencia que satisface sus apetitos e intereses?
¿Qué hacer pues si desde esa mayoría Frankenstein se ha dividido la sociedad con un muro fabricado para impedir la alternancia política? Así se ha arruinado la igualdad entre españoles, los nuestros y los otros separados por lo que parece infranqueable.
Pero como frente a las aguas sin salida, no hay presa capaz de resistir una marea humana dispuesta a convertir las piedras en relleno de las trincheras a uno y otro lado socavadas durante estos años, y abrir una ancha y larga avenida abierta a todos sin más obstáculos que la carga que porte cada uno.
Se trata de restablecer la normalidad de una democracia representativa, subvertida por la ambición sin freno de un primer ministro que amenaza ahora con cortar las raíces de las libertades ciudadanas. Justicia y libertad de información.
Mantendrá la fuerza de su mayoría parlamentaria mientras no se produzcan movimientos hoy impredecibles, pero declina su poder real, el que estriba en la ocupación de parte del centro del espectro político español.
Representado en la campana de Gauss, del 1 al 10, izquierda y derecha, la cumbre de la curva, entre el 4,5 y el 6, se acumula la mayoría de los ciudadanos. El control de ese espacio central es lo que da el poder parlamentario, recordaba ayer el exministro Rafael Arias Salgado.
En otras representaciones, el diagrama de Nolan, el centro definido de izquierda a derecha entre progresistas y conservadores, y de arriba abajo, entre liberales y totalitarios, ejerce la misma función clave para el control de la mayoría.
Una sólida posición en ese espacio que acumula millones de votos, sumados a los que de forma natural corresponden a populares y socialistas, es la llave del poder. Y pone en su sitio a los partidos de uno y otro extremo.
La cuestión está en que el actual “puto amo”, expresiva calificación de uno de sus ministros, está sometido por su banda izquierda a tensiones que le alejan del centralismo. Además, ciertamente, de las deserciones, en las filas de lo que era su propio partido, de notables líderes de opinión socialdemócratas.
La Fórmula, pues, no es otra que la lucha por la atracción de ese espacio de votantes que, libres de anteojeras partidarias, votan en función de los cambios que perciben en la realidad, y de sus intereses, afinidades y rechazos.
Para alcanzar la presidencia, Feijóo ha de centrar su programa, discursos y actividades a conquistar ese espacio en el que sin duda muchos esperan una señal para confiar en un cambio profundo. Ya no va de dejar que Sánchez pierda, va de ganarse el espacio para conseguir una mayoría estable. Y hacerlo sin mirar para atrás, es decir hacia su derecha. Porque haciendo bien las cosas, la recuperación del centro se dejará sentir muy favorablemente en su orilla derecha.