Estamos donde estábamos, en manos de los independentistas que gobiernan a quien funge de presidente del gobierno del Reino. Lo demás es puro teatro, ficción.
Concelebrado el casamiento entre la derecha nacionalista vascongada con la sucursal sanchista de aquella región se trata ahora de consolidar una segunda coalición en la comunidad catalana que permita al sanchismo meter la cuchara en otro gobierno regional. ¿Con quién?
Pregunta estúpida; qué más da, con quien más ofrezca. Derecha secesionista o izquierda independentista, Puigdemont o Junqueras; incluso los dos para no poner en riesgo la mayoría parlamentaria que permite a Sánchez desplegar cuanto lleva en sus gónadas para gloriarse de tantos servicios a la ciudadanía.
Ciudadanía que, por cierto, no se ha mostrado enfervorizada ante los reclamos de salir a las calles en defensa de sus desvelos. Al líder no es que le haya importado un pepino, no; es que ha presumido de haber recibido tal clamor popular que le obliga a continuar sufriendo, enamorado eso sí, el peso del poder.
Es lo que hace quien se siente hacedor y escritor de la Historia. Nadie va a perder un segundo en comprobar el número de manifestantes acarreados por un partido sometido al chantaje del cierre de operaciones; lo que queda escrito es que el pueblo se levantó en pancartas suplicando no ser abandonado.
Cinco días de asueto en los jardines de La Moncloa, más el puente que se viene encima para disfrutar de Las Marismillas, allá a la vera del Guadalquivir; un buen tratamiento de choque para rematar la inacabada ocupación de los contrapoderes aún independientes.
El poder judicial y el periodismo, dianas apuntadas desde hace tiempo, comenzarán a recibir fuego graneado de los servidores de este caudillaje entre kirchnerista y bolivariano que se está adueñando de nuestra institucionalidad.
Esa nueva España que predica quien al quinto día reapareció no puede levantarse sobre lodos ni a la sombra del muro erigido para confinar a la oposición. En las sociedades libres no hay apestados; no estamos en la Venezuela de Maduro ni en la Nicaragua de Ortega.
El “no pasarán” denuncia las raíces guerracivilistas de la política sanchista. El drama de las dos Españas. Memoria para los puños en alto contra el saludo fascista, y olvido para el triunfo de la concordia en 1978. La clave es “división”. Toda casa dividida no permanecerá en pie. Perversa política la que suprime el dialogo en el Congreso para instalar la bronca en el seno de las familias.
La Nación, sometida a tensiones provocadas desde el mismo Gobierno; entre sus propios patrocinadores, y de sus dirigentes contra la mayoría social, que no es precisamente la parlamentaria.
El gran responsable, el único, es el político iluminado por el brillo del poder que falsea los datos. No existe la mayoría social de que el sanchismo habla; la única mayoría, y por cierto aplastante, la que los españoles expresaron en las urnas hace unos meses, reside en la centralidad del espectro político, en la suma de los dos grandes partidos: 34 millones de votos, 86% del total, y 258 escaños, el 73% del Congreso.
Con esa mayoría en el Congreso, además de la absoluta en el Senado, la gobernanza podría afrontar los problemas reales del país, además de las reformas institucionales pertinentes. No fue posible, ni nunca lo será, mientras el dirigente de uno de los partidos tenga como único argumento negociador un lacónico “no es no”, y su entronización como objetivo.
El hecho es notable, máxime cuando era el titular del partido perdedor, 121 frente a 137 escaños.
Eso es Sánchez. Estamos como estábamos y sin saber a ciencia cierta adonde vamos.