Tarde para el recuerdo. El arco triunfal de la legislatura se ha venido abajo. Tiempo queda, un mes, para recomponerlo, pero la evidencia de que así no se llega a ninguna parte es inapelable.
Humillado, el gran tahúr puede seguir arrastrando su presidencia sometida al dictado de una panda de delincuentes. O escurrirse por el desagüe; demasiado sucio está como para apelar ahora a una coalición con el partido que ganó las elecciones. Esperar su dimisión, una rendición sin condiciones, no es lo propio del personaje que, de momento, vive con respiración asistida, en frase de Feijóo.
En cuatro meses ha destrozado demasiadas vías, subvertido valores, asaltadas las instituciones garantes del Estado de derecho, malversado empresas públicas y arruinado su propio partido. Incluso ha terminado hundiendo el prestigio del que fue el gran periódico nacional nacido con la transición. De El País, convertido ahora en su vocero, sus firmas fundadoras salen a respirar libertad en otros medios, cuando no son depuestas.
Nunca he estado tan quebrantada la convivencia política como en este trimestre. La sociedad aún tiene anticuerpos para resistir tanto ruido, pero no vive confiada en un futuro mejor. Demasiado poco tiempo ha pasado como para haber acometido tantos y tamaños despropósitos. Sin distinguir precio de valor, comenzó sumando peras con manzanas para alcanzar la mayoría necesaria con que lavar su derrota electoral. La consiguió.
Se creó una imagen de político ambicioso cuando no lo es; la ambición se cumple a través del esfuerzo personal, dedicación y deseo de superación constante. No es lo suyo; Sánchez es codicioso, un avaricioso carente de escrúpulos que en su afán desmedido de ser más que nadie, atropella cuanto se le opone, comenzando por la verdad.
“La codicia rompe el saco” escribió el bueno de Cervantes en su Quijote para ilustrar que el ansia por conseguirlo todo frustra la obtención de ganancias razonables. Y así, empeñado en meter en la Constitución una amnistía redactada por sus beneficiarios, presentada como proposición y no como proyecto para eludir controles, una Ley orgánica intuito personae, sometida a la necesidad de taponar los agujeros que las investigaciones judiciales van descubriendo… Y el saco terminó por estallar cuando además de todos los cargos hasta ahora conocidos, probados y enjuiciados, aparece el de alta traición.
“Ley orgánica de amnistía para la normalización institucional, política y social en Cataluña”. Flamboyante título el del engendro que pretendía normalizar la política, el juego institucional y la convivencia social en Cataluña, como si la absolución de los delincuentes supusiera su renuncia a volver a organizar otro golpe, quemar las calles de Barcelona, atentar contra las fuerzas del orden y amigar a tirios y troyanos, como si no navegaran todos en el mismo vaixell.
El caso es que él y su ministro de cabecera aún no se habrán repuesto de haber perdido por siete, los siete diputados del prófugo golpista que han comprado la presidencia del Gobierno del Reino. Ellos no vendieron sus votos, invirtieron en un deshecho electoral y van ganando. Ha quedado claro. Tanto como que el presidente juega de farol; no tiene la mayoría necesaria para gobernar. Un gran embeleco conduce la cuarta potencia de la Unión Europea.
Siete, tenían que ser siete, número mágico: los siete días de la semana, los siete pecados capitales, los siete sabios de Grecia, las siete maravillas del mundo… y así hasta el centenario 7 Portes, el restaurante del Paseo de Isabel II frente al puerto de Barcelona, allá por donde Colón.
Siete, tenían que se siete.