Ni dios, y no sólo aquí, ni tampoco en la UE; el problema, o la incógnita, es universal.
Cada semana se desvela que nada es como parecía la semana anterior. La economía ha perdido toda suerte de locomotoras; ni la China parece capaz de arrastrar sus propios vagones, cada vez más volcada en la senda que el Partido marca para seguir en marcha. Como el ciclista para no caer de la bicicleta, la consigna es seguir andando, o remando, como los condenados a galeras. De eso saben más que nadie porque así nació el sistema, con la larga marcha de los Ejércitos Rojos que condujeron Mao y Tsu Enlai mediados los años 30 del último siglo.
Sólo el hermetismo que hasta ahora garantiza el sistema comunista ha permitido al mundo libre pensar que allí está el motor del crecimiento sin fin, hasta que filtraciones indeseadas muestran síntomas de fatiga; el crecimiento comienza a decrecer y se abre otra incómoda incógnita: ¿será el gran oasis un mero espejismo?
Y nada diferente ocurre en el mundo de las ideas y las artes, yermo al cabo de demasiados fuegos fatuos, enrocamientos y esteticismos inconsistentes.
En un panorama de incertidumbre como el que caracteriza la imagen de la hilera de fichas de dominó cayendo unas sobre otras, lo primero que sufre son las criaturas a medio hacer. Es el caso de la Unión Europea, es nuestro caso. Cuando una posible solución emerge de la irresolución en que vive la enclenque criatura un vuelco de las circunstancias tapona la luz de la salida; un no way out asistido por una lógica implacable. Lástima que sólo se advierta a toro pasado.
En situaciones como ésta lo mejor que pueden hacer nuestros inmarcesibles líderes, desde los sociales, deportivos y culturales hasta los llamados políticos, es no incordiar. Sería bueno que cada cual se aplicara a lo suyo sin ánimo de joder a los demás. (RAE: Joder, 3. tr. Destrozar, arruinar, echar a perder.)