El Rey entró por derecho en su discurso de fin de año: voy a hablar de España y de la Constitución, comenzó su mensaje navideño. Fue a lo sustancial, cardinal, porque es lo que está en juego. La salud pública, el paro, el acceso a la vivienda y el coste de la cesta de la compra ocupan parte de los desvelos de los españoles; a él le preocupan los españoles mismos, su libertad y convivencia en paz, y la certidumbre de un futuro estable de progreso. Por eso ciño su quehacer al valor de la Constitución.
Fenómenos hoy con patente de circulación entre la opinión pública como la amnistía, los pinganillos en el Congreso o el supervisor de conciliábulos ginebrinos y el estrafalario plurinacionalismo son meros efectos de una causa mayor: el estado de la fortaleza de España y de la musculatura institucional que le proporciona la Constitución.
El Rey, tajante durante todo su mensaje, cada institución debe respetar a las demás en el ejercicio de sus propias competencias, dijo aludiendo a la división de poderes, fue especialmente explícito al decir que fuera del respeto a la Constitución no hay democracia ni convivencia posibles, antes de añadir que sin ese acato no hay libertades sino imposición, ni ley sino arbitrariedad.
Más allá de aludir a las negociaciones que buscan resquicios para malversar el espíritu de la Constitución, estaba avisando sobre las consecuencias de resignar la defensa de la Ley a cambio de los siete escaños que dan la mayoría parlamentaria. “Fuera de la Constitución no hay una España en paz y libertad” aseveró.
Con el peso de su posición institucional y el prestigio acumulado en estos años, Felipe VI explicó a su audiencia el valor que en toda sociedad tiene la convergencia de criterios, la unidad frente a la ruptura de los consensos básicos sobre los que se asienta; una lección muy poco frecuente de escuchar hoy por las generaciones que van acumulándose sobre aquellas que hicieron posible el establecimiento de la democracia.
Entre los deberes del líder de una nación entra el de recordar que la discordia, las divisiones entre españoles causaron desgracias históricas; también el reconocimiento de quienes vivieron la restauración de la concordia, la Transición impulsada desde la Corona por su padre como titular, hecha posible gracias a que todos dejaron parte de sus diferencias a un lado.
«Superar esa división fue nuestro principal acierto hace ya casi cinco décadas. Por eso, evitar que nunca el germen de la discordia se instale entre nosotros es un deber moral que tenemos todos. Porque no nos lo podemos permitir«.
Naturalmente, los partidos de la mayoría parlamentaria incidieron en abundar en la discordia. Ni siquiera los socialistas mostraron más calor que el de compartir las palabras reales sobre ”la Constitución como un marco idóneo para conservar, preservar… “. ¿Sólo un marco, por qué no el marco? Claro que peor lo puso el otro miembro de la coalición gubernamental, la portavoz de la vicepresidenta Díaz, al decir que el Rey “hizo un discurso muy restrictivo de la Constitución”.
En fin… “España seguirá adelante. Con determinación, con esperanza, lo haremos juntos, conscientes de nuestra realidad histórica y actual, de nuestra verdad como Nación. En ese camino estará siempre la Corona; no solo porque es mi deber como Rey, sino también porque es mi convicción”.