Ayer, en la apertura oficial de la decimoquinta legislatura, se produjo lo nunca visto: medio hemiciclo no aplaudió el discurso de la presidenta del Congreso. “Parece mentira -decían algunos- faltan al respeto debido a la presidenta”. Y otros proseguían, “Sí, no acaba de entenderse; al fin y al cabo se trata de una mera cortesía”. “Además, la presidenta de las Cortes es institucional, está en medio, garantiza…” etc.
El hecho fue insólito, en tanto en cuanto no había precedentes. Los presidentes del Legislativo, y van unos cuantos, de diversos colores, hasta ahora habían sido respetados, aplaudidas sus palabras de bienvenida a ceremonias como la de ayer.
Desde el primero, el centrista Fernández Miranda, hace cuarenta y tantos años, hasta el último, la socialista Meritxell Batet. Y entre ellos, los socialistas Peces Barba, Pons, Marín, Bono y López, y los centristas y populares Lavilla, Trillo, Rudi, Posada y Pastor. Doce en total; algo anómalo habría de suceder con la decimotercera autoridad, la señora Armengol.
¿Y qué ha sido ello, si lleva menos de un semestre en el cargo? pues que doña Francina tiene las mismas cualidades para ostentar tal magistratura que cualquiera de nosotros para ser investido como archimandrita de Constantinopla.
En este tiempo, la que funge como tercera autoridad del Estado, ha demorado arbitrariamente la investidura del doctor Sánchez hasta que su jefe tuviera amarrados y/o comprados los votos necesarios.
Pero, además, ha mantenido cerrada la cámara no fueran los representantes de los ciudadanos a pedir información, o los dictámenes que, más allá del truco de presentar el texto de la amnistía no como proyecto de ley del gobierno sino como proposición de su partido, debieran acompañarlo para información de quienes han de votar.
Esto del derecho a la información de los diputados acaba de ser objeto de cuatro votos particulares contra una decisión del TC okupado por Conde-Pumpido. En resumen, vienen a censurar que la anterior presidenta, Batet, no tuviera la necesaria diligencia para garantizar el derecho de los diputados a una información solicitada al Gobierno. Dice el voto: que la presidencia del Congreso “ha de tener una posición activa en la tutela de ese derecho, como corresponde a su posición institucional que implica la protección de las minorías en el parlamento”.
¿Algo más?
Sí, que además de la ausencia de cualquier sombra de autonomía frente al Ejecutivo, la señora Armengol es insufrible a la hora de leer discursos, y van dos en medio mes. Ayer se produjo como una diputada sanchista pidiendo, ahora más que nunca, dialogo y empatía. Por si su presidente necesitara más, añadió: “El entendimiento es clave en esta nueva época de pluralidad de la Cámara, de Gobiernos sin mayorías absolutas.”
Si a la ausencia de auctoritas en tal personaje sumamos su insoportable lenguaje… qué añadir si se permitió corregir a Cicerón para incrustar feminismo en una filípica: “Vosotros, vosotras, no ambicionáis riquezas ni un poder ilegítimo insoportable para el pueblo sino el honor… “
Y, por supuesto, se cuidó muy mucho de cerrar la sesión con el “Viva el Rey” de rigor.
Esta señora no merece un aplauso, no.