Cuesta reponerse del asombro producido por la diatriba que el doctor Sánchez propinó al jefe del gobierno israelí ante sus propias narices. Netanyahu tardó unos segundos en responder. A mí, tratar de comprender el propósito del presidente de turno de la UE, me ha costado un largo fin de semana. La presencia del belga presto a cubrir el siguiente turno en la UE añadía cierto morbo al hecho. Porque ya, puestos a consolidar el esperpento diplomático, podían haberse llevado a Puigdemont, español residente en Waterloo desde hace ya unos años, en calidad de parlamentario europeo y artífice de cómo ponerse a salvo de la justicia huyendo en un maletero.
Claro que todo hubiera ido mejor si hubieran declinado el honor en un único protagonista: el expresidente Rodríguez Zapatero, padre del instrumento que bajo el paraguas de Naciones Unidas tutela su antiguo ministro de Exteriores Miguel Ángel Moratinos como Alto Representante para la Alianza de Civilizaciones, con rango de Secretario General Adjunto. Un millón de euros supuso aquel nombramiento hace tres años.
Brillante, precisamente brillante, no es el calificativo que mejor cuadra a la presidencia pro tempore española del Consejo de la Unión. Lo que iba a ser el trampolín dorado, la alfombra roja que habría de cubrir el paso de la primera a su segunda legislatura se le atragantó al doctor Sánchez como hueso de aceituna gordal.
Comenzó con una derrota sin paliativos en las elecciones locales; descolocado, convocó las elecciones generales para cortar cualquier movimiento critico entre los votantes socialistas, y volvió a perder; recuperó resuello reeditando una mayoría parlamentaria con demediados de escasa confianza, y como colofón de la ignorada presidencia europea cogió el avión a Israel.
La diplomacia es cortesía; todo lo aparente que se quiera y siempre interesada. La negociación y el dialogo son sus armas, y el teléfono rojo un último recurso.
Pues todo ello fue devastado por el patán que ocupa la jefatura del gobierno español. Ejerció de representante de nadie sabe qué gran potencia para dictar sentencias en este tiempo en que es el llamado poder blando, soft power, la clave para abrir cauces de confianza entre países. La propia UE es un caso claro de potencia blanda que no ejerce su poder con carros de combate sino con su historia, su cultura y la promoción de la paz y la democracia.
¿A quiénes debe tanto como para olvidarse de lo que representa? Ni España ni la Unión valen para sentenciar a nadie; lo nuestro es la influencia, la persuasión, la promoción de valores.
¡Qué gran diplomático ha perdido el mundo!