La quiebra de la centralidad política, mal incubado en los últimos años, asfixia buena parte de las capacidades de nuestra sociedad. En menos de tres semanas podríamos restaurar la normalidad, desterrar las líneas rojas y hacer del dialogo instrumento de progreso social.
Durante el sanchismo la política nacional ha estado dominada por una de las dos fuerzas circulares de la física: la centrífuga.
Lo que representa en la izquierda el movimiento iniciado por Iglesias y su troupe, hoy disperso y subsumido por la nebulosa de Diaz, tiene su correlato en el que Abascal levantó en una derecha que, durante la presidencia de Rajoy, hipotecó valores en beneficio de la gestión económica.
Este fenómeno de acción-reacción descabaló la dialéctica entre los partidos dominantes en ambas corrientes de intereses y opinión. Con socialistas y populares satelizados desde sus extremos respectivos, la política nacional ha degenerado en pendencias entre bandos.
Bandos, o banderías, que hacen de su esencia la confrontación con el otro. Es el “no es no” con que Sánchez cultiva la quiebra del dialogo preciso para acordar cualquier cosa de común interés. Esta política camorrista tendría contados sus días si el voto ciudadano provocara el hundimiento del sanchismo en los inminentes comicios.
Zapatero abrió y Sánchez ha consolidado un infausto paréntesis en la historia del PSOE, cuyo cierre es condición necesaria para que la socialdemocracia recupere el papel constitucional que ha jugado en la democracia española nacida en el 78. De otra forma, tal vez se vea abocado a seguir los pasos de sus homólogos y vecinos franceses o italianos.
El nuevo escenario político que auguran los sondeos podría revertir las tensiones centrífugas en centrípetas; bastaría con que los dos grandes partidos reiniciaran el camino a la centralidad, a una gran política de Estado.
Nuestra nación es demasiado compleja para ser gobernada desde el bipartidismo pero, con cuantos matices que el caso requiera, no sería mala cosa caminar con pasos firmes, de uno y otro pie, para avanzar por la senda de la convivencia y el progreso real.