Los miembros del Gobierno se han dado la señal para salir de bolos a predicar por doquier que el apocalipsis no llegará. Recorren la cartografía nacional de punta a punta, de Cantabria a las Canarias, para hacerse ver. Temerosos de que los lugareños hubieran olvidado que existen, se hacen presentes como si no fueran otra cosa que extraños hologramas en “El Show de Sánchez”.
Muy duro debe de resultar, realmente, ponerse ante los votantes de aquel partido hoy sacrificado en el ara sobre el que su caudillo sobrevive para explicarles… Explicarles ¿qué nuevas milongas pueden contarles a quienes comienzan a estar al cabo de la calle, de la calle del adiós?
Ministros y ministras salieron de sus despachos dispuestos a tapar las fallas de su quehacer para proyectar sobre los próximos comicios la luz de un futuro mejor por obra de los fondos europeos retenidos y la manga riega de una Hacienda dopada por la inflación.
Así pensaron hacer olvidar los desmanes cometidos desde el complejo monclovita. La ocupación y consiguiente anulación de los contrapoderes establecidos, el desprecio a las cámaras legislativas, las invectivas contra jueces y magistrados, en fin, el asalto a las instituciones, deberían quedar sumergidos como agua pasada en el olvido. Y a partir de ahora, nuevos aires con los que seguir timando al personal.
Pero ¡ay!, esa nueva realidad se ve cegada por un torbellino de basura levantado por el mal hacer de un gobierno ignaro, por la chapuza gubernamental que corona cuentas leyes y otras disposiciones jalonan el paso del sanchismo por la política nacional.
Excarcelaciones por aquí y por allá, tanto de terroristas, criminales y golpistas como de violadores y demás depredadores sexuales, gravan la actualidad como si no hubiera mejores cuestiones sobre las que proyectarse la inteligencia natural del país.
Decretos y leyes están lastrados por la impericia de improvisados funcionarios, cuando no por el sectario fervor de monteros y belarras, si tiramos por bajo, o de bolaños y subirats mirando a las alturas. Por ello no es de extrañar que en su dilatada historia nunca el Boletín Oficial del Estado haya registrado tantas correcciones de leyes y decretos como viene sufriendo con este Gobierno. Del sí es sí al no es no, con la mayor naturalidad.
Y cuidado que han pasado años desde que Carlos III convirtió la Gaceta en el diario oficial del Reino: dos siglos y medio largos.