Conocí a Nicolás Redondo en abril 1976. El sindicato UGT celebraba su XXX Congreso, el primero en Madrid después de la guerra civil, en un restaurante para bodas y eventos similares, el Biarritz. El secretario general comenzó su discurso recordando que habían pasado 44 años desde el anterior. A la salida de un receso para almorzar, Nicolás nos preguntó dónde íbamos a comer. Consuelo Álvarez de Toledo, militante socialista y de la UGT, le respondió que en nuestra casa, “anímate”. Y allí dejó plantada a la concurrencia para tomarse un par de horas de refresco en medio de un día histórico para su organización; de hecho, el de su legalización.
Nicolás era un hombre de una pieza, tan sencillo como sólido, generoso, buen comedor, vasco en fin. Un obrerista demócrata hasta la médula, socialista anticomunista. Defendió su leal independencia como hoy nadie se atreve en el partido en el que militó por decenios y del que fue diputado hasta que se cansó en octubre del 87. Organizó dos o tres huelgas generales gobernando González y nada pasó. Su hijo Nicolás fue expedientado por aparecer en una foto con la presidenta de la comunidad madrileña, motivo por el que un histórico del partido, Joaquín Leguina, ha sido expulsado.
Año y medio más tarde invité a Redondo a participar frente a Marcelino Camacho, líder de CC.OO, sindicato rival que había penetrado con provecho la estructura de los sindicatos verticales del régimen anterior. Con ellos abrí el primer Cara a Cara de la televisión española. Se enfrentaban en vísperas de las que, de hecho, fueron las primeras elecciones sindicales libres.
Además de diversas organizaciones, vascos, católicos, profesionales, etc., en un campo de juego durante décadas practicado por la ya declinante Organización Sindical, dos sindicatos nuevos para muchos españoles buscaban dirimir su liderazgo; uno de ellos de inspiración comunista y socialista el otro.
El programa trataba de aclarar los diferentes enfoques con que vislumbraban el futuro del sindicalismo. Los comunistas soñaban con una gran central sindical unitaria, heredera del patrimonio de los sindicatos verticales. Camacho defendía la libertad sindical añadiendo que sólo sería posible si hay unidad. Redondo se desmarcaba llegando a pedir la dimisión de los vocales elegidos en las anteriores elecciones sindicales , 1975, celebradas dentro del sistema franquista.
Frente al poder asambleario que defendía el comunista, el socialista reclamaba un sindicato estructurado democráticamente en federaciones. El debate llegó a encenderse, aunque no tanto por estas cuestiones de fondo como por las capacidades de que cada cual presumía para ganar unas elecciones que terminaron celebrándose en enero de 1978. Y encendidos en la discusión sobre sus respectivas fuerzas surgió de la boca de un Redondo ya harto la frase: “Mientes Marcelino, mientes, y tú lo sabes”. Se hizo viral.
En aquellas horas de acceso a las libertades las diferencias entre socialdemocracia y comunismo eran radicales. Hoy los dos polos de la izquierda nacional parecen coludidos en perjuicio de las libertades del común.
Nicolás Redondo y Marcelino Camacho trabajaron, cada cual desde su orilla, en defensa de los intereses generales de los españoles. Como diputados y sindicalistas fueron coprotagonistas necesarios de la Transición.