El espectáculo no lo fue tanto la llegada de la bandera al suelo ni las estelas rojas y gualdas por el cielo, no; el espectáculo lo dio el primer ministro que hizo esperar al Rey en el Paseo de la Castellana. Hecho tan insólito como común en el proceder del sujeto que, venga a no a cuento, tapa con una sonrisa el pánico que le producen las encuestas. Y cuando ha de enfrentarse a los que en esas encuestas se manifiestan, le entra el canguelo. La mueca sonriente se transforma en pánico que trata de aliviar amparándose tras la sombra del Jefe del Estado.
Ese es el secreto de la descortesía que ayer mostró como niñato en apuros. Tan pagado está de su propia persona, o finge estarlo, que le resulta imposible manifestar el respeto a quien le es debido, caso de la primera magistratura de la Nación, que eso es la cortesía en nuestra lengua: «Demostración o acto con que se manifiesta la atención, respeto o afecto que tiene alguien a otra persona.»
Y si además trata de justificar ese desprecio al Rey achacando a sus servicios la culpa del desplante, “salí cuando me dijeron”, además de descortés demuestra una cobardía impropia de quien tiene entre sus manos el gobierno del Estado. Volvamos al diccionario de nuestra Lengua que define al cobarde como «Pusilánime, sin valor ni espíritu para afrontar situaciones peligrosas o arriesgadas».
Además de mentiroso este tipo es una broma. Sabedores de ello, sus patrocinadores, hasta los bilduetarras, ya lo retan abiertamente. Aquel “hombre de paz” que Zapatero bautizó y de Sánchez recibió la confirmación, un tal Otegui, se plantó ayer frente a los cuarteles de la Guardia Civil en San Sebastián para protestar por la “ocupación” del País Vasco por los cuerpos de seguridad nacionales.
El cobarde descortés no hará nada ante chulería tal de uno de sus secuaces parlamentarios. Ya le dieron el sí a sus presupuestos, que es lo único que en estos momentos le importa. Comprando escaños a costa de la normalidad constitucional no hay situación peligrosa ni arriesgada que se le ponga por delante.
¿Cobarde yo, pensará frente al espejo mientras se atusa el mechón entrecano que ahora luce sobre la mueca sonriente?