Sánchez cayó enredado entre los hilos de la trampa dispuesta para defenderse de su opositor. El espectáculo brindado ayer en el Senado ilustró el final de un personaje que lleva interpretando el papel de político demasiado tiempo ya.
Patético resultó su último acto. Lo que llevaba pergeñado con aires de tragedia clásica trocó en astracanada. El dilema con que trató de segar la yerba bajo los pies del oponente, lejos de alcanzar el porte de monólogo shakesperiano quedó reducido a mera astracanada más propia del Muñoz Seca de “La Venganza de don Mendo”.
Paso a paso y sin descanso, encara su ocaso el presidente de nuestro Gobierno. No tiene vuelta atrás; el tiempo ha desvelado su realidad ante los ojos de los españoles. Este hombre sólo se mueve entre la insolvencia y la mala fe.
Y esa es la causa del desprecio que acumula ante propios y extraños. Que los extraños le desprecien, entra dentro de lo habitual, pero es que los propios le están haciendo ver la bíblica sentencia de que nadie es profeta en su tierra. Si, además, el profeta resulta falso, las mesnadas comienzan a otear tierras de mayor promisión donde vivaquear. Está pasando mes a mes y por millares.
No hay mortero capaz de tapar los vacíos de la insolvencia. Cuando el personaje osa presumir de su gestión de la pandemia la vergüenza ajena se apodera del más acendrado socialdemócrata. Cuando imposta voz y gesto para testificar que va a decir la verdad, el sentido común de los ciudadanos se alerta para intentar protegerse de lo que se les viene encima. Y un extraño gesto, entre ironía y conmiseración, se extiende por el auditorio cuando se atreve a torearle, “prometo…, prometo…“y así hasta media docena de veces, imitando aquella secuencia del “puedo prometer y prometo…” con que Suárez ganó las primeras elecciones democráticas.
Patético insolvente. Y, además, con mala fe. La situación y los problemas del país dejó de ser el asunto a debatir para que el presidente del Gobierno informara “sobre el Plan de ahorro y gestión energética y su perspectiva territorial, así como del contexto económico y social del mismo». Lo dispuso con su mayoría en la junta de portavoces.
Pero eso no era suficiente. Un debate entre dos contendientes, uno con dos horas y pico de tiempo frente a los veinte minutos del oponente, tampoco parecía suficiente. Tal vez por ello empleó tres cuartos de horas a insultar, zaherir y descalificar a su próximo rival ante las urnas, caso de que Sánchez llegara hasta entonces como candidato.
Que esa es otra, porque si lo que fue su partido no se rebela contra quien, como Putin en Rusia, concentra todas sus funciones, la socialdemocracia española pasará la historia. Y eso será un fenómeno lamentable para el equilibrio político y social de una nación moderna como la nuestra lo es a pesar de tantos pesares.
Lamentable, pero vivido en nuestro vecindario.