Ayer una notable mayoría de españoles se mostró en Andalucía harta de estupideces, dijeron ‘basta ya’ a muchas cosas y votaron a un señor normal. Ese es el gran activo de Juanma Moreno: es un señor y actúa con normalidad.
Es decir, piensa lo que dice, y también lo que ha de callar; se ocupa de lo que tiene encomendado, y se deja de zarandajas; trabaja pensando en resolver problemas, y pone cuidado en no crear más de los que hay.
Mal anda la cosa, España en este caso, cuando la normalidad es excepcional, es decir, que se aparta de lo común. Pero cuando esa rareza suscita la adhesión de más de millón y medio de ciudadanos, cuando la política vive la normalidad de la calle, se abre una ventana a la esperanza.
En esta elección la realidad se impuso sobre la piñata repleta de embustes, chantajes y capitulaciones con que Sánchez ha tenido embelesados a muchos: sanchistas suplantadores del viejo partido socialista, golpistas, terroristas y otros chupasangres de diversa laya. Que la normalidad acabe imponiéndose en el resto del país es cuestión de tiempo.
Las circunstancias acabarán pinchando el globo sanchista contra el muro de la realidad. El personaje ha agotado su crédito, no le quedan recursos para un nuevo asalto. Tiene hipotecada su suerte a los compañeros de partida que no puede desalojar del salón sin que se lo lleven por delante. Ya no tiene más salida que la suya.
Su astuta osadía para resistir, la misma con que trató de conquistar el PSOE con una urna detrás del telón, la que trocó su humillación en revancha, parece agotada. Una vez eviscerado el partido, suprimidos sus órganos de control y asfixiada toda disidencia, su círculo de confianza ha quedado reducido a Lastra, Simancas y Bolaños. ¿Quién a estas alturas va a ofrecerse a jugar el papel de víctima propiciatoria que sus designados Caballero, Gabilondo, Tudanca, y Espadas cumplieron en las cuatro elecciones habidas durante su mandato?
Frente a tal panorama en la izquierda, el descalzaperros de la ultra izquierda y la fatua arrogancia de la ultra derecha, los populares tienen una ancha vía para procurar restaurar la confianza de la sociedad en una política centrada en la normalidad.
Los votos andaluces prueban que la ingeniería social, el uso alternativo del derecho y la sublimación de cuestiones marginales no rinden fruto. Lo que aprecian es la atención a los intereses generales, la transparencia, el trabajo honesto y la restauración de la concordia.
Los líderes populares, tanto de Andalucía como de Madrid y cada uno a su manera, han conseguido en sus respectivos comicios la atención transversal precisa para alcanzar el apoyo de ciudadanos de colores diversos. Los populares cuentan a su favor con el rechazo que suscita la personalidad política del líder sanchista, pero algo más han de llevar en sus alforjas cuando ensanchan su base electoral a costa de sus competidores de izquierda y derecha.
Tal vez el secreto esté en esa extravagancia que la normalidad representa hoy en la política actual. También lo era hace un porrón de años, cuando el primer ministro de nuestra democracia, meses antes de serlo, pidió en el hemiciclo de las Cortes franquistas “elevar a la categoría política de normal lo que a nivel de calle es simplemente normal”.
Y así se pusieron los cimientos de la concordia; aquello sí que era una nueva política. La normalidad está de vuelta.