Quizá fue así como ha comenzado el final de la aventura sanchista. Se ha topado con un señor que habla como las personas normales hablan. Es decir, dicen lo que piensan y, por si fuera poco, piensan lo que dicen. Su discurso no cabe en un tuit, ni en las demás modalidades de expresión que nutren las redes sociales cultivadas por una leva de políticos indolentes, incapaces de emplear un par de horas en estructurar su parlamento.
¿Horas? Les basta y sobra con un par de minutos para transmitir un insulto, una descalificación, “no estorbe”, una sarta de mentiras que tapen la realidad de su desnudez. Un par de minutos les bastan para componer en el teclado del teléfono todo un programa de gobierno. Para qué hablar de ideas, objetivos, valores, en fin, definir su posición ante las cosas que pasan.
Por ello se hace imposible el diálogo; tan imposible que, para evitar dudas, llegan a cerrar el parlamento. Ha pasado. Y hoy, la mano tendida de quien confiesa que no ha venido a insultarle recibe por respuesta el despecho de quien no sabe cómo salir del tremedal en que se ha metido, y con él a todo el país.
El sanchismo está cosechando los frutos de cuanto sembró. No es preciso traer a colación el impacto que entre los ciudadanos andaluces tenga la liberación de etarras con que su Gobierno burla a la Justicia, o la coyunda con los golpistas de Cataluña y la cesión de cuanto apetezca a los sacamantecas del nacionalismo vasco. O el precio que se está cobrando Argelia, nuestro tradicional y más relevante proveedor de gas, tras la inopinada y personalísima cesión a Marruecos del protectorado saharaui.
El embuste no todo lo tapa. Los progresos económicos de la legislatura son tan claros que el riesgo país de España ha crecido 47 puntos en lo que va de año. La prima de riesgo, la diferencia de nuestro bono a 10 años frente al alemán, alcanza los 113 puntos. Ayer sólo se cubrió la mitad de los 2.400 millones puestos a la venta. Todo chulísimo, calificativo preferido de la vicepresidenta comunista, o lo que termine siendo.
Mentir sobre datos la verdad es que es propio de los trileros del cubilete callejero… y del doctor cum fraude. Catorce países de la UE han bajado los impuestos con que graban a los combustibles, y siete lo han hecho con el IRPF. Aquí, el señor que le propone un pacto de Estado para afrontar la crisis que viene ha de oír al resiliente de la Moncloa que está haciendo lo mismo que el resto de la Unión. Y se queda tan ancho, pose habitual con que torea la realidad.
Lo suyo es seguir, durar; o tardar, por mejor decir: ¿cuánto tardará este personaje en dejar libre el gobernalle de la nave en que vamos sin rumbo, cuánto en permitir que hable la gente? Ese día podría volver a comenzar el futuro.