Una parte no despreciable de la tropa política está desgarrando el tejido social con su monserga guerracivilista. Tiran a todo cuanto levante el vuelo con afán de despedazarlo. Circunstancias, personas, instituciones, nada está libre del golpe de estos facciosos que, como la gangrena, corrompen la concordia ciudadana propia de los Estados de Derecho.
Alancean con la garrocha de la mentira y la calumnia por bandera. Desde los antisistema más radicales hasta el propio Gobierno del Reino, pasando por la retorcida burguesía ignaciana del nacionalismo vasco, todos proclaman su idiocia sin tregua ni reposo.
Si el Tribunal Supremo se ocupa de una cuestión, porque le corresponde, la tropa arremete contra la independencia judicial y asevera que una sentencia política está a punto de caer. ¿Se imaginan estas luminarias que la decisión de los magistrados les resultara favorable? El tan poco honorable presidente de la Autonomía catalana haría mutis por el foro presumiendo de que gracias a su desvarío los golpistas seguirían en libertad.
Por obra y gracia del sanchismo el golpe de Estado ha pasado de ser uno de los más graves delitos a poco menos que falta administrativa. Algo similar ocurre con los crímenes perpetrados por los terroristas etarras, cuyas penas son disueltas en agua de borrajas para que el chacolí corra celebrando su regreso al pueblo del que salieron para matar vecinos.
No se oye a la tropa pedir explicaciones a unos ni a otros, ni exigirles que, al menos, pidan perdón. ¿Perdón de qué, si hemos convertido en faltas aquellos horrendos delitos?
Pero eso sí, regresa el padre del Rey a su país, de donde nunca debió ser desalojado, y la jauría afrenta al español a quien deben el derecho del que ahora se valen para zaherirle.
Golpistas irreductibles con su lacayo apesebrado en la capital, tahúres del cupo, chisgarabises que se despeñaron asaltando el cielo, el fulano que vivió en Madrid de una beca universitaria en Málaga, el portavoz que no pagó la SS de su ayudante, en fin… y ministros, ministras, vicepresidentas y hasta el propio presidente, todos exigen su humillación, explicaciones y no llegan a más porque en estos tiempos ya no se lleva.
¿Respeto? Me temo que sería de más provecho pedir peras al olmo. Cuando no se tiene respeto a uno mismo, ni a cuanto se representa…