El presidente del Gobierno español no es libre. Está sometido a chantaje y día a día seguirá estándolo mientras permanezca al frente del banco azul tutelado por los socios escogidos. Sus actos confirman que es rehén de golpistas catalanes, exterroristas vascos, burgueses nacionalistas y un par de despistados regionalistas que le proporcionan sustento parlamentario. Los comunistas a la violeta y podemitas antisistema que alberga en su propio gabinete suelen colaborar en ese descalzaperros.
La apertura en canal del Centro Nacional de Inteligencia en estas circunstancias, una guerra atroz a tan sólo tres mil kilómetros de distancia, y en puertas de una cumbre de la OTAN en nuestro país, avisa de su incapacidad para seguir gobernando.
Y cómo justificar la ruptura de la política de Estado, permanente durante más de medio siglo, que ha guiado las relaciones con los vecinos del sur. En cuestión de meses su gobierno ha pasado de acoger subrepticiamente a un líder del polisario provisto de pasaporte argelino, a entregar a Marruecos las llaves del embrollo saharaui, polisarios incluidos.
El desatino en la forma de hacer las cosas ha servido para levantar la sospecha de que la drástica decisión, tomada precipitadamente por el propio presidente y sin justificación alguna, es consecuencia de un chantaje a cargo del reino alauita que ampara la potencia norteamericana.
El torpe señuelo lanzado desde la Moncloa de que los teléfonos de Sánchez y algunos ministros también fueron pinchados desde “el exterior” dio pábulo a la injerencia marroquí sin que lograra acallar las jeremiacas quejas de los chantajistas del interior.
Aunque éstos, visto cómo están las cosas, vinieron a confesar en horas veinticuatro que nunca estarían mejor de lo que ahora están con este gobierno. Al echar la verdad por delante probaron el éxito de sus reclamaciones: ahí está la dejación de la defensa de nuestro sistema judicial y penitenciario ante instituciones europeas que tan favorables consecuencias reportan a etarras y a golpistas catalanes relacionados con Putin.
Así llevamos meses, años, con un primer ministro saltando de charca en charca, degradando la institución que representa y atentando contra el resto del sistema constitucional.
¿Qué queda en pie de la división de poderes que define a la democracia?
Este personaje ha llegado, y se mantiene, adonde está sobre tal cúmulo de embustes, falacias y arbitrariedad que hará muy difícil restaurar la normalidad del sistema, además de la confianza necesaria entre los miembros de la Unión. De momento, colgados de su dadivosa comprensión, parece como si viviéramos en el mejor de los mundos.
Amordazar el parlamento durante más de un año es un atentado al sistema, asaltar su mesa de gobierno para impedir la dialéctica que da sentido a las cámaras no lo es menor, pero el colmo es el secuestro de la presidencia del Congreso. La señora Batet cumple en el Legislativo ese papel ancilar del Ejecutivo con empeño similar al que la señora Delgado pone en el Judicial.
No hay institución que haya salido indemne de las afrentas del sanchismo. Comenzando por la Corona. La monarquía parlamentaria se sustenta sobre dos principios: la Corona y el Parlamento. Aherrojado éste último por la complicidad de intereses espurios de una mayoría forjada a espaldas a los intereses generales del país, la Corona es poco más que un factor simbólico de la historia de una nación hoy sometida a revisión por parte de sus propios gobernantes.
Y continuando por los servicios de seguridad. Qué más añadir a lo vivido esta misma semana en los servicios de inteligencia. Cabría volver la vista atrás y recordar ceses y destituciones sin otra apreciación que el escaso entusiasmo con que los damnificados vivían una adhesión inquebrantable, tan requerida por el sanchismo como impropia de este tiempo… Pérez de los Cobos, Ceña o Santafé.
Así están las cosas. Difícil situación, ¿cierto? Lo peor es que llegará a pésima. No otra cosa cabe imaginar cuando al responsable no se le ocurre nada mejor que levantar barricadas de papel, ¡hay El País!, con historias sacadas del baúl de las viejas pesadillas.