La concordia entre los gobiernos de España y Marruecos, auspiciada por los Estados Unidos, es un paso en la buena dirección. Mantener enquistadas las relaciones con el vecino del sur ha sido una de las torpezas señeras del desgobierno que el país sufre. Como lo sería el hecho de haber dado este paso sin conocimiento de Argel, el otro vecino ribereño y fuente del gas que nos calienta.
Los efectos de la criminal tropelía rusa en ciernes, con sus implicaciones en los suministros energéticos de Europa, lo hace doblemente oportuno.
Marruecos ha venido trabajando en Naciones Unidas con la inteligencia necesaria para ofrecer lo que parece una solución solvente al problema descolonizador pendiente desde hace medio siglo. La autonomía, concepto que a nosotros no nos es extraño, ofrece seguramente más salvaguardias que un referéndum para la satisfacción del conjunto de intereses involucrados. Referéndum, que vaya usted a saber con qué garantías pudiera llegar a celebrarse en aquellas tierras africanas rodeadas por tres potencias interesadas en el caso.
Por una vez, que ojalá sirva de precedente para otros avatares, el sanchismo ha sabido renunciar a la inercia con que se encubren todo tipo de carencias. Mi Persona parece estar recreándose un nuevo perfil. Albergar la próxima conferencia de la OTAN obliga a ponerse al paso del resto de los gobiernos de la alianza. Y anuncios no faltan en ese sentido, comenzando por el hecho hace una semana sobre el incremento presupuestario en los gastos de defensa. Como en tantos otros proyectos, cuándo se llegue al dos por ciento anunciado no viene al caso.
Lo que ocurre es que con estos cambios radicales, estos son mis principios pero si no le gustan tengo otros, la coalición de progreso sigue resquebrajándose. Ya más que fisuras aparecen vías de agua que amenazan la supervivencia la travesía. Hasta la circunspección de la vicepresidenta comunista, que aguantó públicamente el envite del dos por ciento, ha saltado ahora al ritmo de la comba del llamado Polisario, cuyo jefe fue atendido por el sanchismo en España, saltándose todo tipo de reglas y compromisos internacionales.
La gran cuestión es si en esa nueva encarnación que Sánchez parece estar trabajándose, cuenta con las amistades peligrosas que le siguen dando vida y aliento. En un personaje de las características que le adornan todo es posible, desde la ruptura con sus socios hasta la oferta de un consenso con los populares de Feijóo para reeditar los pactos de La Moncloa, siguiendo el consejo de González.
Sería una tercera afrenta a sus socios, prácticamente la ruptura de una coalición cuyos acuerdos programáticos serían definitivamente papel mojado. Y ahí, Mi Persona se enfrentaría a una difícil decisión.
Por un lado, dejar en la calle al rojerío que mantiene bizcochado con cargo al presupuesto nacional representa un serio problema. Las manifestaciones, piquetes y demás armas de presión popular pasarían a constituir un peligro real para la normalidad del país, y no como las que el aparato sanchista atribuye hoy a la extrema derecha.
¿De dónde colgarse pues? Una coalición con los populares, avalada por situaciones análogas en Europa, sería aplaudida por observadores exteriores admirados por un ejercicio de responsabilidad nacional. Pero a estas alturas ¿puede alguien fiarse de Sánchez? Ante tal problema, que él mismo se ha labrado, quizá no encuentre más salida que las urnas.