Y luego pasa lo que pasa. Ya puede posar muy circunspecto, teléfono en mano, bolígrafo en ristre, cartera presidencial en primer plano, y anunciar su edecán que está siguiendo muy de cerca lo de Rusia y Ucrania, que a Biden le trae al fresco.
Ni siquiera el gesto, que tan mal ha sentado a sus socios de coalición, de mandar barcos, aviones y soldados a vigilar aquellos lares le ha servido de carta de presentación, porque el líder del mundo libre, digamos, será lo que sea, pero información tiene y, claro, no le llama.
¿A qué pantalla estaría mirando Mi Persona en la foto de marras, chulísima que diría Yo-Yo? En fin, quedarte colgado de la pantalla es lo que sucede cuando cohabitas con una panda de comunistas y bolivarianos irredentos. Pero hombre de Dios ¿cómo van a contar con tu país, que es nuestro, a la hora de analizar cómo enfrentar los desafíos del exagente del KGB empeñado en rehacer el mapa soviético?
Y cuanto más presumas de que el Gobierno está unido, peor te lo pones. ¿Unido en torno a qué, a la próxima cumbre de la OTAN?
Sentar a la mesa del Consejo de ministros a las excelentísimas señoras Belarra y Montero, que ese tratamiento tienen, al tal Garzón y a la vicepresidenta Díaz que te impuso el jefe de la banda, aquel Iglesias que te quitaría el sueño, vale para lo que vale: mantenerte en la cabecera de la mesa.
Porque ellos son el puente por el que ya transitan como en casa propia golpistas catalanes y etarras con ochocientos cincuenta cadáveres encima. Este es el cuadro que ofrecemos al exterior, ¿quién podrá fiarse del gobierno español?
Esta es la realidad que sufrimos aquí, marcando récords en cuestiones tan poco baladíes como el paro, la inflación o la deuda pública, y sin saber a estas alturas cuántas vidas se ha llevado por delante el virus chino.
No le llaman, ¡pobre presidente!, pero a él le importa un pimiento mientras pueda seguir sobrevolando la realidad cuarteada de una nación que hizo Historia; la que bajo su férula hurtan hoy a los nuevos españoles. Perdón, presidente, quise decir ciudadanos.
Pero usted no desfallezca, siga cohabitando con quienes le mantienen caliente el sillón, que afuera hace mucho frío.