No es un tango, pero se le parece. Lo que viene sucediendo hace pensar sobre adónde iremos a parar.
Hay que tener tupé para adornarse con una frase de aquel Otto Von Bismarck, el factor de la unificación de Alemania que plasmó su ambición en un poema, “no seréis ya prusianos, seréis alemanes”. Pues con él se despachó ayer Mi Persona en la clausura de unas jornadas en la fundación Giner de los Ríos fusilando aquella brillante observación del estadista germánico: “El político piensa en la próxima elección; el estadista, en la próxima generación.”
Como acreditó en su tesis doctoral, y con tremenda nota, a este hombre le pirra copiar sin citar la fuente de la que bebe; él o sus pendolistas, porque no parece que la lectura figure entre sus aficiones más sentidas; él es más de altos vuelos.
En los tiempos del valido Iván el primer ministro parecía más fresco, más à la page. Su gabinete tenía reciente las ocho temporadas del “Ala Oeste de la Casa Blanca”, generoso caudal de postureo presidencialista, y estaba al tanto de las solapas de las últimas publicaciones.
Pero aquello pasó y los de ahora retornan a los clásicos, que para eso está la Wiki. Hoy Von Bismarck, mañana podrá ser Maquiavelo o Sun Tzu, y pasado mañana el santo de Loyola, que por algún atajo habrá que cortar la carrera de Yo-Yo.
Además, qué demonios, también Churchill aprovechó lo del alemán cuando aseveró que “un político se convierte en estadista cuando comienza a pensar en las próximas generaciones, no en las próximas elecciones”. ¿Por qué aquí vamos a ser menos?
Pues apenas repuestos de la hazaña de nuestro hombre, en el Congreso se dieron cita unos cuantos para cerrar una de esas llamadas “comisión de investigación” formadas a golpe de los votos Frankenstein para, a guisa de ajusticiamiento, dejar escrito en el Boletín de la cámara todo tipo de tropelías y alguna que otra barbaridad, sobre las víctimas comparecientes. Porque de eso se trata, de “victimar” a los sentados frente a los ¿investigadores?
Casos como el del socialista Sicilia, o sanchista, que nunca se sabe, y el de esa joya del parlamentarismo patrio volcado en la atención a los intereses generales de los ciudadanos que atiende por Rufián, entre otros, son pruebas inmarcesibles del desprecio con que se tratan los principios básicos de la democracia.
El espectáculo fue notable; ver y oír hasta dónde puede llegar la vesania en los representantes de la soberanía popular es como para meditar por qué derroteros cursa nuestra democracia.
Como escribió Sir Winston, “The best argument against democracy is a five-minute conversation with the average voter”. Y si aquí no hablamos de votantes medios, sino de señorías apoderadas por los ciudadanos, la cosa se pone mucho más fea. O sea, peor.