Hasta que los ciudadanos le mandaron a hacer puñetas este país cargó con un primer ministro que lo dejó arruinado, con sus servicios esenciales al borde de la quiebra. Mientras sembraba tal desastre ocupó tiempo y esfuerzo en ir desatornillado los pernos de las crujías de la nación con minuciosidad de relojero.
Su sucesor ha cambiado el destornillador por la piqueta y, una vez aflojados los principios del sistema, Mi Persona perfora los muros de la patria mía, “si en un tiempo fuertes, ya desmoronados” en palabras de Quevedo, ante el silente estupor de los españoles y de más europeos cada mes.
Desde su asiento a la cabecera del banco azul, sus veintidós peones han ido cercenando las defensas, actuales y futuras, de los ciudadanos. Por procedimientos de urgencia sobrevenida, legislan siempre en contra de nuestro sistema de convivencia. Leyes de Educación para adocenar al personal mediante el castigo al esfuerzo y en detrimento del mérito. Otras, en paralelo, contra la excelencia en la Administración del Estado suprimiendo los procedimientos de selección de sus funcionarios.
Una inflación si freno, impuestos sin marcha atrás, pensiones en veremos y la sumisión a los particulares intereses sindicales de los principios que en los mercados libres son capaces de generar empleo, encaminan la sociedad a su empobrecimiento, a la proletarización de sus clases medias. Es lo propio del comunismo que alienta las velas del sanchismo.
La estrategia en curso contempla la anulación de los contrapesos que garantizan el Estado de derecho, y así fueron suprimidas las funciones de control parlamentario. Constreñida la renovación de los tribunales y con su imagen socavada de palabra y obra, tildando sentencias de desmedidas e indultando delincuentes, quiebran la balanza que en toda democracia simboliza el equilibrio entre los poderes públicos.
Todo esto, que es de libro, acaba de verse superado por la última ocurrencia vertida sobre la memoria histórica, una ley con la que, a estas alturas, pretenden ganar la antañona guerra civil de la que salieron derrotados y cuya paz firmaron cuarenta y ocho años después en unas Cortes constituyentes.
Atentar contra los cimientos de nuestro sistema de convivencia no es un mero dislate. Volver a sacar la momia de Franco para distraer la atención del personal sobre lo que está pasando no es razón suficiente para explicar este golpe a la concordia que cimentó nuestro sistema de libertades. ¿Por qué no hablar, lisa y llanamente, de alta traición?
En eso está el primer ministro del Reino de España. No; no era aquel tipo malencarado de la coleta sobre la chepa quien nos iba a quitar el sueño a todos. Es el propio Sánchez Pérez-Castejón el causante del insomnio de millones de españoles capaces de ver más allá de lo que señala el dedo que desde La Moncloa marca la pauta de telediarios, radios y diarios amigos.
Porque puestos a silenciar contrapoderes, el informativo fue uno de los primeros objetivos alcanzados. Cuidemos nuestras fuentes.