Alguien dijo hace cuarenta años que a España no la iba a conocer ni la madre que la parió, y efectivamente, muchas cosas cambiaron tras su paso por el Gobierno. Muchas, salvo una: España.
Sigue siendo la misma. Tan ajada como brillante, tan cazurra como digital, goyesca y velazqueña. Siempre dual, Joselito y Belmonte, Barça y Madrid, en fin, Ortega y Gasset…
En esta España hoy tienen asiento, con mando en plaza, un personaje, Sánchez, interpretando el papel del deus ex machina que bajaba de las alturas para resolver de forma inverosímil las situaciones más difíciles en los dramas del teatro clásico.
Con la piel hecha jirones tras su paso por doquiera que transite, desde la pandemia a las relaciones internacionales, pasando por las interiores, ahora, travestido de divinidad greco romana, Mi Persona anuncia la botadura de una nueva España. La misma expresión de aquellos cruzados que en los años cuarenta imaginaron que volvería a reír la primavera con cinco rosas prendidas en banderas victoriosas.
Una nueva España… así rezaban las cabeceras de aquella prensa azul de abanderados que demasiado pronto cambiaron la poesía por el estraperlo para sojuzgar a una sociedad inerme.
Una nueva España… como si un petimetre pudiera rehacer los fundamentos durante siglos acrisolados de la nación que guarda desde el siglo XI “el testimonio documental más antiguo del sistema parlamentario europeo” (UNESCO).
Una nueva España… como si Vitoria, Suárez, Ignacio y de las Casas; Cervantes, Ramon Llull, Teresa, Lope, Verdaguer y Cela; Velázquez, Goya, Picasso y Dalí; de Vitoria, Cabezón, Falla, Albéniz, Vives y Halffter; Servet, Torres Quevedo, Peral, Goicoechea y de la Cierva; Ramón y Cajal, Ochoa y Rey Pastor; Berlanga, Garci y Almodóvar, y tantos más como Marcial Lafuente Estefanía, Sautier Casaseca y Álvarez Alonso autor de “Suspiros de España”; como si todos ellos, digo, hubieran llovido del cielo.
Una nueva España… pretensión poco novedosa. Hace más de un siglo un español sabio se lamentaba del “lento suicidio de un pueblo que, engañado mil veces por gárrulos sofistas, empobrecido, mermado y desolado, emplea en destrozarse las pocas fuerzas que le restan, y corriendo tras vanos trampantojos de una falsa y postiza cultura hace espantosa liquidación de su pasado… y contempla con ojos estúpidos la destrucción de la única España que el mundo conoce, de la única cuyo recuerdo tiene virtud bastante para retardar nuestra agonía.”
Una España nueva… y seguía el cántabro Menéndez Pelayo: “Un pueblo nuevo puede improvisarlo todo menos la cultura intelectual. Un pueblo viejo no puede renunciar a la suya sin extinguir la parte más noble de su vida y caer en una segunda infancia, muy próxima a la imbecilidad senil.”
Deja a España vivir en paz, no la agostes; recuerda la poesía más breve de nuestra lengua. La dejó escrita Juan Ramón, Nobel por cierto:
¡No le toques ya más,
que así es la rosa!