Ayer, 9 de junio del 2021, se produjo en Madrid un fenómeno que trasciende de lo episódico, de la circunstancia en que se produjo. Me refiero al concierto que Plácido Domingo protagonizó en el Auditorio Nacional. Mil seiscientas personas, el aforo de la sala limitado por la pandemia, se saltaron las reglas de lo convencional para volcarse en una ovación que parecía interminable, culminada por vítores, piropos y otros brindis, al músico español en activo más reconocido hoy en el mundo.
La triunfal entrada de un artista avanzando sobre la tarima poblada por la orquesta Santa Cecilia tenía un sentido más profundo que la mera cortesía, incluso que la admiración; era una suerte de abrazo a uno de los nuestros. El reencuentro con quien los madrileños, o españoles, han echado en falta, por mucho que hayan seguido sus éxitos cantando o dirigiendo óperas y conciertos durante los últimos meses en teatros de media Europa.
La efusión fue de tal calibre que invitaba a pensar que aquí y ahora está pasando algo nuevo, un tanto sorprendente y falto aún de encarnadura. Y es que, tal vez, la capacidad de aguante del personal esté llegando a su límite.
Son demasiados los datos que apuntan a que una ola de desafecciones acosa a un gabinete ministerial elefantiásico que no tiene empacho en atentar contra los principios constitucionales y reglas del juego democrático; que malversa su tiempo, que es el nuestro, en revanchas falsarias y entretenimientos propios de tahúres para reforzar los frágiles apoyos que le mantienen en el poder.
Las imágenes parecen no dar más de sí, y el sanchismo comienza a sentirse declinante. No resulta extemporánea la ovación con que la flamante presidenta de la Comunidad madrileña fue recibida ayer al ocupar su butaca en el centro de la primera fila del entresuelo. ¿La reina Sofía aquí?, se preguntaron algunos habituales a la sala. No; el equívoco se disolvió cuando sobre los aplausos una voz femenina lanzó un “guapa” demasiado informal. La destinataria era Isabel Díaz Ayuso.
Quizá el miedo al qué dirán y el temor a quebrantar los dictados de una farsa elevada a mito de lo políticamente correcto estén cayendo víctimas de nuevas banderas de libertad; una marea ciudadana que trasciende de partidos concretos, como es el caso de la concentración del domingo próximo en plazas como la de Colón en la capital de España.
Sólo desde la libertad se pueden organizar eventos como el vivido ayer, capaces de reunir a artistas de primer nivel, desde las sopranos María José Siri, Ainhoa Arteta, Marina Monzó y Virginia Tola, el tenor Jorge de León, el bajo Nicholas Brownlee, la guitarra de Pablo Sainz Villegas, hasta las castañuelas de Lucero Tena. La familia Domingo, con Álvaro desde Nueva York, fueron los artífices del entusiasmo que mil seiscientos ciudadanos vivieron durante cerca de tres horas, de la mano de “uno de los nuestros”.
Hace unos cuantos años ya escribí sobre el personaje que la solidaridad, la laboriosidad, la preocupación por la obra bien hecha no son virtudes cardinales de nuestro tiempo. Y me preguntaba: ¿No merece la pena dedicar mejores esfuerzos para mostrar conductas ejemplares a una sociedad escasa de valores, comenzando por el de la Libertad?