Descansa ya, tras una vida prodigiosa, el gran compositor español de nuestro tiempo. Cristóbal Halffter, madrileño, granadino, berciano y rabiosamente universal, era un hombre aferrado a su tiempo y circunstancias. Un hombre bueno, impulsado por una fuerza interior inagotable a hacer justicia con el arte. “No hay límites cuando la voluntad está en marcha”, decía.
En nuestro último encuentro, hace poco más de mes y medio en su casa villafranquina, hablábamos con la vehemencia de siempre de los asuntos que desde hace años han venido suscitando nuestra mutua atención. La cultura en su más amplio sentido, música, libros, ciencia, ocupaba buena parte de las reflexiones y comentarios iniciales, salvo que se interpusiera alguna novedad política digna de atención. Y últimamente vaya si las había.
Cristóbal no acababa de dar crédito a la menguante calidad de la política, actividad que para él constituía solamente un marco referencial. Lo suyo era la creación, y el compromiso con lo que entendía como justo, más allá de apriorismos políticos. No presumía de ello, pero ahí están obras como la cantata para Naciones Unidas “Yes, speak out”, escrita en el año en que ETA comenzaba a asesinar, el “Réquiem por la libertad imaginada” o “Gaudium et Spes-Beunza”, dedicada al objetor de conciencia.
Hoy, instalados en un sistema democrático de monarquía constitucional, todo aquello se antoja lejano. De hecho, cada año me enseñaba lo que le mantenía vivo: partituras cubiertas a tinta china con menudos signos e indicaciones, junto al piano en su estudio del Castillo de Villafranca, ventanal orientado al levante desde el que ver al fondo del viñedo un reposo a la sombra de cuatro árboles donde tantas tardes se llegaba con Marita, la mujer de su vida. Pura verticalidad sobre el plano paisaje de un cultivo centenario.
Cristóbal es mucho más que el protagonista señero de la generación del 51 que cultivó en España el dodecafonismo, serialismo y otras modalidades ensayadas por las vanguardias musicales europeas. Su cultivo y amor por la música religiosa española de nuestro siglo de oro es notorio en muchas obras. Y su admiración cubrió otros ámbitos musicales, como la zarzuela, le encantaba Bretón y su Verbena de la Paloma, o pasodobles, como los Suspiros de España de Álvarez, que adaptó para la sección de cuerda de la Sinfónica de Madrid hace un par de años.
En nuestro adiós me contó con el calor que su edad permitía, 91 años, su última obra, encargo de una institución financiera, “Cuatro piezas españolas”. Se trata de una suerte de homenaje a cuatro músicas populares elevadas a la categoría sinfónica, sección de cuerdas; un homenaje a las sevillanas, una nostálgica canción vasca de Guridi, una fantasía del siglo XI, de Mudarra, y sus Suspiros de España.
El reconocimiento debido a Cristóbal Halffter Jiménez-Encina trasciende de las reales academias de Bellas Artes de San Fernando y de la de Doctores de España; de la de Artes de Berlín y de la Europea de Ciencias y Artes. Es acreedor al suspiro de toda España.