En una interesante entrevista, TVE, el filósofo José Antonio Marina, desvelaba uno de los graves problemas de nuestra política, es decir de los políticos españoles. Venía a decir que están pensando en el conflicto cuando tenían que centrarse en los problemas, que son los que pueden ser resueltos. Los conflictos se pueden aplacar, lo que se resuelve son los problemas. Y puso el ejemplo más claro: nuestra transición a la democracia, la política resolvió el problema de la salida pacífica de la dictadura.
El conflicto subyacente en el ánimo guerracivilista que acredita la historia de la ultima mitad del siglo diecinueve y la primera del veinte, fue superado por el reconocimiento universal de que nuestro problema era la reconciliación para poder vivir en libertad, con paz y progreso. Y el problema fue resuelto a golpes de buena voluntad, inteligencia y responsabilidad, a cargo de una inmensa mayoría de españoles, y de sus representantes recién salidos de las urnas.
Desde comunistas hasta franquistas, de Carrillo a Fraga pasando por socialistas, liberales, democristianos, progresistas y conservadores, agnósticos y creyentes, urbanitas y rurales, universitarios, militares y obreros… todos estuvieron presentes en el proceso, y España se sintió cómoda vistiendo su Constitución de consenso, .
Porque llegar a alcanzar el consenso es la excelencia de la política, en contra de lo que piensan, y así actúan, los radicales. En los años setenta, etarras y golpistas, Josu Ternera y Blas Piñar; hoy Iglesias, Otegui y Ortega Smith. No deja de ser significativo el hecho de que el think tank de Vox se denomine Fundación Disenso.
Excelencia y populismo son antónimos. Mientras los radicales de cualquier signo mantengan el peso que las crisis y las derivas en que cayeron socialistas y populares les han facilitado, la política nacional se verá sometida a las tensiones que el populismo precisa para alimentarse. El conflicto está asegurado, sin él no tiene vida.
Las elecciones madrileñas están mostrando la cara peor de la democracia. Los problemas reales del ciudadano quedan sepultados por juicios prejuiciosos, descalificaciones que llegan a la injuria del adversario convertido en enemigo y trampas propias de trileros, o de aquellos sablistas del toco-mocho apostados en la salida de la estación de Atocha para cazar al infeliz.
Y para redondear el cuadro, entra en escena el Gobierno de la Nación encelado en una negociación interministerial para fusionar las dos leyes básicas que resolverán el primer problema del país: la ley Trans y la LGTBI.
¿Conflictos, problemas? Libertad. Cesen coñas y dejen trabajar a quienes aún pueden hacerlo, que cada vez son menos. Lo demás es del género idiota. ¡Ah!, y no metan mano en las urnas. Ni en correos.