Los idiomas no se inventan, se generan para comunicarse entre sí miembros de una sociedad. Parece que el primero nació en el continente africano hace muchos miles de años. Según esta hipótesis, a medida que las tribus se fueron extendiendo por otras geografías, el idioma original fue mutando y diversificándose en función de nuevos marcos y formas de relaciones humana hasta cuajar en los quinientos cuatro que hoy se utilizan en el planeta Tierra. La primera versión escrita data del cuarto milenio antes de nuestra era, el sumerio.
La teoría de la fuente única, debida a estudios culminados en los primeros años del pasado siglo, es discutida, pero cuenta con datos que la mantienen viva. El más claro: los fonemas utilizados hoy en lenguajes del África subsahariana llegan a cien, mientras que los españoles o ingleses no llegan a la mitad.
Pues en medio de este pandemonio en el gobierno del Reino de España hay una ministra empeñada en refundar el español. La cosa no va de alumbrar nuevos fonemas ni alófonos, que eso requiere estudios y esfuerzo, no; viene de un poco más atrás.
Subida al caballo de la igualdad, trasciende del crimen idiomático que ignora el carácter inclusivo del masculino para barrenar la lengua de Cervantes, Quevedo, Larra, García Lorca, Ortega y Gasset, Unamuno y Vargas-Llosa, y embutir en ella el llamando tercer sexo o género, que nunca se sabe.
Tan en su papel se encuentra la ministra que dio lo mejor de sí en un mitin para calentar a las bases del partido que fundó el padre de sus hijos. Y para que él mismo viera que ella sigue estando donde siempre, se lanzó a parir las estupideces en que trabaja pagada por nuestro dinero, por los impuestos de todas, todos y todes. No se quedó ahí porque ya puestos, por qué no hablar de niños, niños y niñes, o hijos, hijas e hijes.
Cosas de género, sí; del género idiota.
Hace un par de días el cielo tembló oyendo hablar de escuchados, escuchadas y escuchades. ¿Responderá tal desvarío a una nueva forma de atentar contra el patrimonio nacional? Puestos a lo suyo, no se han enterado que nuestro idioma ya no es sólo cosa nuestra; decantado durante cinco siglos en medio mundo se ha hecho patrimonio universal.
No parece que vaya ser esa la suerte de estos comunistas de guardarropía bolivariana. Su paso por la historieta de la España del sanchismo se irá diluyendo con el ocaso de la pandemia. Tiempo al tiempo. Será otro alivio.