A la presidenta de Ciudadanos le han quitado la escalera que Mi Persona le puso para pintar de naranja la huerta murciana. Quedarse suspendida en el aire colgada de una brocha es una situación ridícula donde las haya. Y si la escalera se la llevaron compañeros de su propio partido ya es el acabose. Pues en esas está la pobre Arrimadas.
El asalto a las instituciones, a pachas con el socio de Iglesias, Esquerra y Bildu, burlando la opinión de los ciudadanos que se expresa en las urnas ha sido sorprendente, aunque no tanto. Un desbarre de este porte ya se veía venir después del caracoleo con que pretendía llenar el centro del tablao. Como si el país estuviera para centros…
Como eslogan lo del centro sigue teniendo algún encanto, pero la realidad no es tan sencilla.
El centro de toda la vida requiere dos bandas, uno y otro lado; de un bipartidismo que saltó en mil pedazos hace años. El juego político no se libra hoy sobre un plano; ni siquiera es tridimensional. La transversalidad de los principios e intereses en liza ha generado un escenario multidimensional en el que el centrismo puede llegar a ser indescifrable.
No está la Magdalena para tafetanes. La política está tomando aires de juego de villanos. Ver como un parlamento recién elegido, caso del catalán, pone en su presidencia a una persona imputada por corrupción, debería hacer pensar a cuantos viven ese mundo gracias a nuestros impuestos que otra forma de ser y estar es un imperativo categórico.
Lástima que la pequeña corte de la señora Arrimadas siga jaleando sus devaneos. De seguir así terminarán como los cuatrocientos gallegos del chiste, gimoteando por las calles, hombro con hombro, “estamos solos, nos hemos perdido”.
Claro que quien no se consuela es porque no quiere. Y si bien es cierto que no hay peor ciego que el que no quiere ver, siempre habrá quienes se apliquen aquello de Sir Winston: “El éxito es la capacidad de ir de un fracaso a otro sin perder entusiasmo”.