Entonces empezó todo, tal día como hoy hace veinte años. Parafraseando a Mario Vargas Llosa, ahí se jodió el país. Seguimos pagando el atentado yihadista. El terror confundió víctimas con culpables en una reacción única en los anales de la historia reciente de las democracias.
La falta de reflejos de un gobierno caduco en puertas de unas elecciones generales tronchó las ramas del árbol que cobijó la concordia que la Transición puso entre los españoles. El pueblo parecía haber superado su pasado cainita; tal vez más que pasado fuera su propia esencia, porque en horas veinticuatro volvió a los tiempos de Esquilache. “Los españoles merecen un Gobierno que no les mienta”.
Los populares sufrían las consecuencias de la carencia de empatía del presidente Aznar para seguir atendiendo las demandas de unos ciudadanos poco afectos a las reformas, y menos cuando de liberalizar se trata; de una sociedad de acomodados burgueses aburridos por tanta normalidad.
Enfrente, los socialistas buscaban despertar de la pesadilla vivida; dos derrotas electorales. Tras su refundación, el PSOE de Felipe González era un partido nacido para gobernar. La oposición no le sentaba bien; un sayal de costuras angostas para quienes lo habían sido todo.
Entre unos y otros recrearon el bipartidismo que hizo posible la Restauración con que los españoles superaron la triste historia de su primera república. Centro izquierda y centro derecha alcanzaron a cobijar los intereses, creencias y aspiraciones de una inmensa mayoría de la sociedad. La misma fórmula que llevan siglos experimentando democracias como la británica o la estadounidense, por ejemplo.
La nave comenzó a escorarse con la patraña de las armas de destrucción masiva en manos del tirano iraquí. Cuando fue descubierta ya era demasiado tarde para borrar las fotos de las Azores y la defensa de aquella estúpida guerra con la que un presidente norteamericano quiso vengar el asesinato de millares de personas en otro día 11, el de septiembre de 2001.
Y quedó al pairo con el gobernalle en manos de un sinsorgo que hoy dedica su tiempo vacante, todo, porque no tiene más que hacer, a la defensa de la tiranía bolivariana. El Rodríguez Zapatero que sentenció en el Senado “la nación española es un concepto discutido y discutible”, o en Copenhague, “la Tierra no pertenece a nadie, salvo al viento”. Un presidente de Gobierno que en plena crisis financiera, 2008, manifiesta a un periodista “nos conviene que haya tensión”.
Su torpe y atropellada frivolidad atizó las brasas del secesionismo catalán y sumió a la nación en la mayor crisis económica vivida en democracia. Y germinaron liberticidas que, crecidos al calor del patrocinio bolivariano, han conquistado la vicepresidencia del gobierno que un tal Sánchez preside sobre las espaldas de comunistas, secesionistas, exterroristas y otras minorías de tal jaez.
Entremedias, el paréntesis Rajoy, funcionario ordenado que taponó algunas vías de agua y dio trabajo a dos millones de parados, pero perdió la aguja de marear y, con ella, el poder que el centro derecha ejerció sin atreverse a romper los huevos precisos para hacer una tortilla.
Y en esas estamos; víctimas de aquellos sicarios yihadistas que hoy hace veinte años arruinaron la concordia alumbrada en el proceso constituyente. Nuestros derechos y libertades están amenazados de convertirse en flores de un día que, parafraseando el Salmo, como la hierba verde se marchitan.