Lo normal no precisa de más apellidos, en contra de lo que Redondo diseñó para aquel ridículo parte de la victoria que Sánchez rubricó al término de la primavera, de la primer hola. Dijo algo así como «y derrotada la pandemia, entramos en la nueva normalidad». ¿Cuál sería la vieja?
Estamos a merced de una panda de inútiles, incapaces hasta de algo tan elemental como distribuir unas vacunas. Imagínenselos a cargo de las cartillas de racionamiento tan generalizadas en la Europa post bélica de los años cuarenta, y ahora en curso en el paraíso bolivariano.
Distribuir en dosis familiares el arroz, tabaco, huevos, lentejas, y qué se yo cuántas cosas más, debía de complicar el reparto mucho más que impartir una vacuna. Y ahora sin hambrientos acumulados en las puertas, que los beneficiados son citados de uno en uno y las colas están prohibidas.
Pues así vamos, incluso sin vacunas para cumplir ni los plazos anunciados por la panda ni la programación de la UE.
La picaresca de los cuatro listillos que se la han aplicado a sí mismos porque estaban por donde pasan las enfermeras, entra dentro de una acrisolada tradición de pícaros medievales y estraperlistas contemporáneos; ventajistas, vaya. Pero que un presidente de gobierno regional, el de Valencia, dicte instrucciones para que no sea aplique la segunda dosis a los jetas que se saltaron el turno de la primera, tiene bemoles.
Parece ser que la vacuna Pfizer se aplica en dos tiempos, lo que significa que sin la segunda dosis la primera tiene un efecto parecido al de comerse un torrezno. Hemos llegado a tal nivel de degradación que la vida importa menos que las responsabilidades políticas. «Cuando uno comete un error, lo fundamental es asumir que se ha cometido un error», ha proclamado Puig.
Quizá vaya por ahí la nueva normalidad sancho-comunista, quién sabe.
Lo normal es lo que se halla en su estado natural, se dice en español; también, lo que se ajusta a ciertas normas fijadas de antemano. La normalidad, pues, es algo mucho más sencillo, transparente -palabra abolida por la coalición-, lo que no significa que sea fácil de restaurar. Es la meta fijada ayer por Biden para su país. Le va a costar un mundo, pero determinación no parece que le falte. Tampoco el apoyo de las dos cámaras del Congreso
En nuestro caso, de seguir así mucho tiempo, para restaurar los principios de la democracia representativa y liberar el aire de las cenizas del guerracivilismo latente en una parte de la población, el futuro gobierno de la Nación habrá de enfrentarse a una tarea bastante más ardua. Y cuanto más tarde en llegar, más costará volver a la normalidad. Así, sin apellidos.
P.S. El primer ministro portugués acaba de hacerse cargo del Consejo de la UE, ¿se imaginan en qué quedaría la Unión tras el paso de Sánchez por esas funciones?