Con el acceso de Biden a la presidencia el mundo ha comenzado a liberarse de una pesadilla; la presencia en la Casa Blanca de Trump lo era.
Los norteamericanos han comenzado a marchar por la senda de normalidad; nosotros, no. Las palabras de Biden aquí vienen al pelo; constituyen una lección ética y política capaz de contagiarnos el valor preciso para cerrar el proceso lítico que estamos sufriendo.
Resulta tópico hablar de la profunda división causada en la sociedad americana por el populista del flequillo teñido, ¿estamos nosotros saliendo mejor parados de la dialéctica puesta en marcha por el populista del moño que anima la coalición sancho-comunista?
No pasa día sin motivo para el asombro ante tanto dislate y abuso de poder para tapar su incapacidad. El ministro más modoso, el candidato catalán Illa, dicta su política sobre la pandemia en base a un riguroso principio: “por mis cojones”. Es su instrumento de diálogo con los llamados cogobernantes de la crisis.
Así es como se rompe la conciencia común de una sociedad; así se quiebra el país en mil trozos. Lo de las dos mitades ya pasó; fue lo propio de tiempos en que los ciudadanos compartían horizontes y la ambición de lograr un mundo mejor para los hijos. Hoy la sociedad reticular alberga en sus alveolos el germen de la desintegración.
Si los firmantes de nuestra coalición de retroceso leyeran, porque escuchar seguro que no han escuchado el discurso del día, podrían aprender que la unidad es lo más importante en la democracia; que la política no tiene que ser un infierno, que destruye todo en su camino. O que hay que convencer con el poder de nuestro ejemplo, no el ejemplo de nuestro poder. Del viejo el consejo.
Entre sus reiteradas apelaciones a la unidad Biden, con aires de experimentado padre de familia, decía que tenemos que tratarnos con dignidad, vamos a mostrarnos respeto; tenemos que vernos no como adversarios sino como vecinos, y no estar de acuerdo no significa que haya que ir a la guerra.
Su reflexión sobre la mentira también cuadraría aquí: hay verdades y mentiras, dijo, y es deber de los ciudadanos defender la verdad y derrotar las mentiras. “Tenemos que rechazar una cultura en la que los hechos se manipulan o incluso se fabrican”.
«Hace muchos siglos, San Agustín, un santo de mi iglesia, escribió que el pueblo era una multitud definida por los objetos comunes de su amor. ¿Cuáles son los que nos definen como estadounidenses? Creo que los sabemos: la oportunidad, la seguridad, la libertad, la dignidad y el respeto, el honor. Y si, la verdad.» Cita sorpresa del segundo presidente católico del Estado laico norteamericano en su discurso inaugural.
Pero hubo más sorpresas, como la protagonizada por Jennifer López quien, en medio de su intervención cantando This land is my land y America the beautiful, levantó la voz para gritar en español “Una Nación, bajo un Dios, indivisible, con libertad y justicia para todos”.
La pobre Celaá debió de quedarse viendo visiones. Toma idioma vehicular.