A primeras horas de la noche, hoy 6 de diciembre, los españoles hemos podido ver cómo golpea el populismo. Las escenas del asalto al Capitolio a cargo de una turba alimentada por el indigno presidente que está a catorce días de dejar de serlo, me han recordado a las vividas aquel 11 de septiembre del 2001 en Nueva York, cuando la yihad sepultó en vida a dos mil setecientos ciudadanos bajo los escombros de las Torres del Comercio.
Pero ahora el enemigo estaba en casa: hordas trumpistas han dado al mundo una lección de hasta dónde puede llegar el populismo. Es decir, la ignorancia de la Ley, la idolatría al desprecio de la razón y a cuanto el hombre ha ido labrando a durante siglos para convivir pacíficamente en libertad.
Fue precisamente en aquellas tierras, hace cerca de dos siglos y medio, donde comenzaron a gravar esas nuevas tablas de la Ley de la Democracia que hoy la barbarie populista ha tratado de destrozar. Una lección para todo el mundo, y de fácil aplicación en nuestra casa.
España no está inmune frente al fenómeno. De hecho, el populismo ha llegado hasta el mismo Gobierno de la Nación. No hay anticuerpos para frenar las corrientes de opinión que genera ese mundo de redes llamadas sociales, capaz de cegar la luz de la razón hasta transformar la realidad.
Y como a toda acción cumple una reacción, el populismo siniestro de los neocomunistas bolivarianos, alimenta la reacción de voces en el extremo diestro. Y la misma lacra inflama las ínfulas de los nacionalismos identitarios. ¿Acaso aquella proclama republicana de octubre del 2017 no fue un golpe populista impulsado por los agitadores a los que sus mandos pedían que apretaran más?
Pocas bromas con los populistas. Los de Iglesias están hoy uncidos al yugo del sanchismo, los de Junqueras silentes a la espera de un indulto para volver a las mismas, y los de Ortega Smith y Abascal confiando en la consolidación del caos para dar el salto. Porque unos y otros tienen encuentran en las crisis terreno abonado para su explosión.
Sánchez no es el mejor presidente para hacer frente a las pandemias; tampoco a ésta. No es Biden, el presidente electo ya confirmado, que reclamó a Trump algo tan sencillo, y duro a la vez, como que honrara la promesa que hizo al país de defender su Constitución. Cuesta trabajo imaginar algo semejante aquí.
Y está por ver que España tenga consolidadas las hechuras democráticas precisas para desbancar al populismo falsario, como los estadounidenses han probado; única vía ésta, por cierto, para restaurar la convivencia y el progreso en libertad de una Nación que se precie.
No es esto una carta persa, pero se le parece.