Decir que en nuestro país cada día son más quienes traspasan el umbral de la pobreza, que mes a mes se cierran actividades, se pierden empleos, que las muertes se tramitan como datos de ordinaria administración, no constituye ningún dislate. Es una realidad asombrosa, pero insuficiente para excitar la responsabilidad de los agentes políticos.
Esta es la auténtica alarma que pesa sobre los españoles.
Nada cambia a mejor; ya pueden venir olas y más olas de la endemoniada covid que el Gobierno seguirá llamándose andana, descargando su responsabilidad en las comunidades autónomas como si esto fuera un Estado federal.
Visto su fracaso en la primera ola, cincuenta mil muertos en menos de cinco meses, “Su Persona” ha tomado la decisión de no cargar con más responsabilidad que la de abrir el marco imprescindible para que otros pechen con la impopularidad de las restricciones.
¿Qué cabe esperar de un ciudadano que para referirse a sí mismo habla de “Mi Persona”? Tiene entre manos las riendas de una sociedad que marcha sin saber adónde, carente del concierto de voluntades necesario para superar las dificultades y obstáculos naturales que todo camino comporta. Pero todo eso le resulta ajeno. Prometió ocuparse de resolverlo, como también ser leal a los fundamentos del sistema, ¿y?…
No deja de resultar curioso que tras salvar una insensata moción de censura su decisión inmediata haya sido decretar el estado de alarma. Curioso porque ambos asuntos ocupan artículos sucesivos de la Constitución.
Su negativa a arbitrar otros medios con los que afrontar el reto de la pandemia obliga a este recurso extraordinario para constreñir derechos ciudadanos en aras del salvamento de vidas. Ciertamente. Y que la medida pueda ser prorrogada cada quince días por el Congreso, como dicta la Constitución, también puede ser razonable.
Pero en modo alguno parece que lo sea el pedir al Congreso la ratificación de un decreto que, de entrada, extiende tal estado hasta seis meses. Porque ese mismo artículo 116 de la Constitución establece que mientras la alarma esté declarada “no podrá procederse a la disolución del Congreso”, ni interrumpirse el funcionamiento del Gobierno. He ahí el arte de atornillarse a la silla o de aquí no me echa ni dios.
¿Seis meses de irresponsabilidad política? Otra cara de la auténtica alarma.
El papa Francisco le explicó, cómo a niño el catecismo, que “lo más difícil para un político es hacer crecer la patria sin caer en coartadas para que la patria sea lo que yo quiero y no lo que he recibido.” Y que la patria se hace muy triste “cuando las ideologías se apoderan de una nación o de un país y desfiguran la patria”.
Pues como si oyera llover. País, nación y patria son para Sánchez como las bolas que lanza al aire el malabarista que distrae a los conductores detenidos ante el semáforo a cambio de unas monedas; de su subsistencia.
¡Lo que hay que trabajar para no trabajar!