Si en una semana larga no me puse al teclado se debe a que día tras día la actualidad no dejaba espacio al asombro. Pero siempre hay una última gota que hace rebasar el vaso; bueno, han sido múltiples las gotas que en un par de días te plantean una triste cuestión:
¿Pero en qué país vivimos?
La incautación (“apoderarse arbitrariamente del algo”, DRAE) de la figura del Rey es el colmo de la arrogante insensatez de un presidente que avanza a tontas y a locas hacia no sabe dónde; o si lo sabe, peor. Pero nosotros no lo sabremos hasta que nos demos de bruces con las consecuencias de sus decisiones.
Impedir al “Jefe del Estado, símbolo de su unidad y permanencia, arbitra y modera el funcionamiento regular de las instituciones” (Art 56 de la Constitución) su asistencia a un acto que, en palabras del Presidente del Consejo General del Poder Judicial y del Tribunal Supremo, “va mucho más allá de lo protocolario y que tiene una enorme dimensión constitucional y política, expresión del apoyo de la Corona al Poder Judicial en defensa de la Constitución” sólo cabe ser comprendido dentro de un plan dirigido, precisamente, contra la Constitución.
Cuando todo un ministro de Justicia espeta al presidente del CGPJ que los nuevos jueces “se han pasado” por aclamar al Rey ausente al término de la ceremonia que debió presidir Don Felipe, la Justicia se hace temer, y más cuando se ve asistida por la Fiscal General Delgado.
¿En qué país vivimos?
Demasiados indicios hay para sospechar que tal arresto domiciliario fue decretado para ablandar la conciencia golpista de los republicanos catalanes, cuyos votos persigue para aprobar unos presupuestos de los que nadie sabe nada, ni siquiera quienes son cortejados. Al parecer a estos no les basta con el anunciado asalto al Código Penal para liberar a los golpistas. Y motivos no les faltan; porqué van a fiarse del presidente que hace once meses dijo solemnemente “el acatamiento de la sentencia significa su cumplimiento; reitero, su íntegro cumplimiento”.
¿En qué país vivimos?
Algo huele mal en un partido cuya presidenta sigue dejándose cortejar por Sánchez tras el anuncio del indulto a los golpistas que con tanta fuerza y empeño combatió en el Parlament. Por esa vía llegará pronto a enrolarse en el bufete de su predecesor, y el centro derecha liberal de la sociedad española continuará enchiquerado hasta su ocaso.
¿En qué país vivimos?
La vicepresidenta primera ocupa días y afanes en sacar adelante y meternos por detrás una ley para proclamar el final de la concordia nacional y reabrir un pasado de odios y sangre, que eso es lo de la “memoria democrática”. No parece lo propio del partido socialista que consensuó la Constitución; será el coste de su coalición actual con esos atrabiliarios comunistas a la bolivariana. En su cándida estulticia, su compañera de partida y secretaria general del socialismo vascongado confesaba “cuando gobiernas (con otro partido) tienes que compartir una visión de país y unos principios éticos…” ¿la visión y principios del vicepresidente Iglesias?
¿En qué país vivimos?
El Valle de los Caídos no todo lo tapa. La pandemia está desbocada mientras el Gobierno carga contra la Comunidad madrileña; el paro alcanza cotas similares a las que hace setenta años expulsó a Centroeuropa a un par de millones de españoles sin trabajo; la interlocución entre quienes representan a más de la mitad de la sociedad parece imposible; una losa de silencios y embustes ciega la transparencia de las decisiones gubernamentales; como cadenas de otros tiempos se conculcan leyes y disposiciones como la que exige determinado nivel a los educadores de la infancia; y no habiendo problemas más acuciantes, entramos a discutir sobre la eutanasia como sobre el sexo de los ángeles debatían los constantinopolitanos cuando les cayó encima la del pulpo sarraceno.
Pues así está el este país en que vivimos.