Sánchez voló los puentes y su portavoz parlamentaria excavó los escombros. Cada paso que dan aleja la esperanza de alcanzar acuerdos sobre los que levantar una política de Estado. A los jefes de este gobierno de progreso se les llena la boca hablando de Estado y no saben qué es el Estado, de dónde procede el Estado y hasta dónde el Estado puede llegar.
Si ello es malo lo peor es que no se ve forma de cambiarlos. Como el sueño de la razón de los Caprichos goyescos, produce estos monstruos la división del centro derecha en las dos últimas elecciones. En medio siglo de democracia no ha habido presidente con menos votos propios, pero su alianza con las minorías antisistema le inmuniza contra la censura parlamentaria.
Ni contigo ni sin ti tienen mis males remedio; contigo, porque me matas y sin ti, porque me muero, que dice la copla.
Ante nuestros ojos se suceden episodios increíbles. Sánchez pide lealtad y humildad a quienes no cesa de mentarles a sus muertos. El mantra de la humildad y lealtad quizá haga mella en algunas almas de cántaro, como tanta reiteración de la mentira.
Esa pulsión de engañar fue una de las armas de aquel cojo siniestro encargado de la propaganda nazi, una mentira mil veces repetida se convierte en una verdad. Goebbels también sufría de ese trastorno narcisista de la personalidad que exige elogios y el reconocimiento que nunca juzgan suficiente.
Para estos sujetos, la autocrítica es un arma en manos del enemigo, y al enemigo se combate con la invectiva, la crítica acerba. Poco importa que haya o no hecho lo que le imputa si con el ataque oculta sus vergüenzas.
El proceder es tan descarado que más que ocultar su torpeza desvela que el presidente está de los nervios. Porque resulta ridículo que desde la altura de la tribuna del Congreso dedique su atención a descalificar la gestión de la Comunidad madrileña, ejemplar comparada con la de su gobierno. Pero, sobre todo y como dice la presidenta Díaz Ayuso: “¿En qué país del mundo, ante esta pandemia, su presidente ha eludido su responsabilidad atacando a sus administraciones inferiores?”.
El presidente cultiva la imagen de la guerra para justificar los plenos poderes recabados, y concedidos por la oposición. Pues en las guerras, cuando volados los puentes no se alcanza la otra orilla, acuden los zapadores para tender nuevas vías sobre las que cruzar el cauce. Son estructuras provisionales pero sólidas, capaces de soportar el peso de carretas y carros de combate y, sobre todo, de intercomunicarse con el de enfrente.
No alumbrarán pactos tan solemnes como los que la propaganda resucita, pero sí podrían aliviar la incertidumbre de los españoles facilitando acuerdos concretos para restablecer la normalidad. Inteligencia aplicada a la realidad, más que el oropel de un arco triunfal.
Es la hora de los zapadores, si el que manda realmente quiere el auxilio de la oposición.