Un hombre de palabra. En junio de 2014, concretamente el día 19, con la misma claridad que habló sobre la unidad de la Nación, el Rey Felipe VI afrontó otro problema de hondo calado, la falta de ejemplaridad en la vida pública.
“Los ciudadanos demandan con toda razón que los principios morales y éticos inspiren, y la ejemplaridad presida, nuestra vida pública. Y el Rey, a la cabeza del Estado, tiene que ser no sólo un referente sino también un servidor de esa justa y legítima exigencia”.
Dicho y hecho. Ayer, cercados los españoles por el coronavirus, el Rey hizo público dos decisiones singulares. La primera, su renuncia a cualquier herencia que pudiera corresponderle personalmente de su padre. La segunda, que el Rey Don Juan Carlos deja de percibir la asignación que tiene fijada en los Presupuestos de la Casa de S.M.
El comunicado refleja el concepto que este hombre tiene de la autoridad, su responsabilidad ante el país y que en él no cabe la sombra de apaños. La actuación del Rey es una señal de bonanza entre la tormenta de desgracias que nos acosan.
La Corona, como institución, va más allá de lo que la Constitución define. Es la personalización de la Patria, concepto aquí delicuescente que para los británicos viene a significar King and Country. Por encima de sus titulares ejerce un poder unificador e independiente decantado tras el paso de generaciones.
Ese es el papel que la Corona viene desempeñando en diversas democracias europeas pobladas por mayorías pragmáticas en cuanto a la forma de gobierno. En ellas la monarquía parlamentaria ha probado su eficacia garantizando la normalidad constitucional.
Y en alguna, como es nuestro caso, cubriendo vacíos abiertos por otras instituciones y aportando la seguridad que ofrece el primar a los intereses generales sobre ventajas partidarias.
Sobre la figura de Don Juan Carlos I, alejado desde hace tiempo de la vida pública, hoy pesan indicios de conductas impropias. Pero tampoco hay que olvidar su aporte a la normalización de nuestro sistema de convivencia.
Durante su reinado, España dejó de ser políticamente diferente. Europa, la defensa occidental, alternancia de gobiernos, liberalizaciones, crecimiento y crisis, fueron hitos de la historia de un país ejemplar para el mundo mientras duró el afán de superar la triste historia africanista de miseria y espadones prestos a salvarla.
La nación que conquistó la paz a golpe de urna probó la fortaleza de su sistema cuando su Rey, con el Congreso secuestrado, deshizo el último golpe una noche de febrero del siglo pasado. “La Corona, dijo, símbolo de permanencia y unidad de la Patria, no puede tolerar en forma alguna acciones o actitudes de personas que pretendan interrumpir por la fuerza el proceso democrático”.
Y España recuperó el sentido histórico de su ser bajo el auxilio de la Corona.
Eso encarna hoy Felipe VI a quien le cuadra como un guante una nota de Macchiavello: “Un príncipe que llena cumplidamente sus deberes nunca debe temer que le falten defensores”.
¡Viva el Rey de España!