Esto que llaman nueva política está produciendo serios destrozos en la democracia que venimos viviendo. La mayoría de nuestros representantes apenas concitan interés. Sus manifestaciones no suelen rebasar el vuelo de las gallináceas, incapaces de alumbrar ideales y horizontes a quienes les han apoderado. Una excepción, al fin, fue la protagonizada hoy por el líder de la oposición, Pablo Casado, al informar a la opinión pública de lo que trató con Pedro Sánchez, el presidente que preparó el encuentro denigrándolo cuarenta y ocho horas antes.
La dialéctica está circunscrita a pequeñas escaramuzas de estricto interés partidario. En el hemiciclo que pueblan los diputados raramente se producen manifestaciones o debates que merezcan la atención y reflexión consiguiente.
Esto sería lo deseable en situaciones de normalidad sostenida, sin otras cuestiones que la simple adopción de soluciones a problemas de ordinaria administración, pero no es el caso, obviamente.
Nuestra sociedad está tensa; es lo propio ante la incertidumbre de su propia identidad, causada tanto por la malquerencia de una parte de sus miembros como por la ausencia de principios rectores en su gobernanza. ¿Acaso hay problemas de más hondo calado en la psicología colectiva de un pueblo?
Y frente a ellos se alza un vacío cubierto de mentiras. Alguien dijo que con las mentiras se puede llegar muy lejos, pero que volver resulta más difícil. Cierto es. Le está sucediendo al gabinete ministerial surgido de compromisos y acuerdos sin un sentido estratégico más allá de las artimañas desplegadas por el doctor fraude para su personal disfrute del poder.
La pasada semana ha sido pródiga en dislates mayúsculos que en otras democracias habrían causado la quiebra de todo un Gobierno, es decir, nada menos que de uno de los tres poderes pilares del sistema. Ello, en gran medida, debido al fraude continuado, a la acumulación de mentiras con que trata de eliminar a “los otros”. Y porque sus responsables carecen de la memoria necesaria para no descubrirse después de su falaz proceder.
Cogidos en falso terminan echando mano hasta de la xenofobia en que chapoteaba un ministro y alto representante del partido llamado socialista al tratar de enfrentar su modesta posición de burócrata a la alcurnia de su oponente. ¿Desde cuándo la ascendencia o linaje de una persona es despreciable? Claro que si los hijos no son de los padres…
Y a guisa de media verónica cerró su quite con un reaccionario “yo sólo soy español”. Así se pierde la dignidad, esa cualidad que hace a la persona humana acreedora de derechos y libertades, patrimonio que se dilapida cuando se pierde el decoro en el modo de comportarse, la honorabilidad.
Mentir, como hoy a hecho la portavoz gubernamental negando la mano tendida de los populares para enderezar la legislatura, resulta indigno. Y hacerlo de manera continuada, repugnante. La democracia se asfixia en ese medio ambiente.