Elevado a la categoría de panacea universal, el dialogo es medio y fin de la política del sancho-comunismo. Estar dispuesto a dialogar se muestra como modelo de conducta ejemplar del buen demócrata.
Pero ¡ay! no todo el mundo es merecedor de tal gracia, el dialogo está reservado para los deudos y acreedores diversos; las familias que cohabitan en el Consejo de Ministros y los apoyos parlamentarios a los que tanto deben. A los demás, portazo en las narices.
Dice el doctor fraude que estará encantado de verse con el presidente regional que los socialistas catalanes mantienen contra lo dispuesto por la JEC. Las instituciones de nuestro sistema le importan un bledo, atropella a la Abogacía y a la Fiscalía del Estado, se cisca en la JEC y toma las sentencias del Supremo como consejas de viejos que no están en donde hay que estar.
Y así va construyendo la maqueta de un nuevo mundo ajeno a los principios de la democracia representativa.
Ya se la cargó en su propio partido al suprimir cuanto se opusiera al dictado de las bases dopadas con demagogia y la esperanza de concejalías, consejerías y demás abrevaderos que los contribuyentes mantenemos bien provistos. Ahora, con la asistencia de los comunistas y populistas caribeños que tiene alquilados, pretende aplicarlo a todo el sistema.
Fuera cuerpos intermedios, los contrapoderes no sirven más que para impedir el progreso porque como decía el vicepresidente segundo, el poder es de la gente. ¿De toda la gente?, no tampoco hay que pasarse; gente, gente, lo que se dice gente somos nosotros. Y sólo entre nosotros dialogamos.
Así tienen cargadas las baterías para cuando se enfrente la renovación de órganos que requieren el consenso de los desalojados del dialogo, el centro y la derecha, 152 escaños nada menos, sin los que no se alcanzan las mayorías cualificadas para renovar el Consejo General del Poder Judicial o el Tribunal Constitucional, por ejemplo, y para aprobar cualquier proyecto de reforma constitucional.
Esta previsión de la mayoría cualificada sí que es una incitación al dialogo y desde él, al consenso, misión imposible cuando a quien corresponde iniciarlo se niega a reconocer los derechos de la oposición.
Y volveremos a asistir al aquelarre del bloqueo, ya representado durante el proceso de investidura.
Como no espabilen y denuncien la deriva antisistémica del populismo gubernamental, el centro derecha y la derecha excéntrica se verán empalados en la cucaña, víctimas de esta nueva inquisición.