Hay ocasiones que traen a la memoria aquello de “detesto lo que escribe, pero daría mi vida por que continuara escribiendo”. No es preciso ser tan cínico como Voltaire para lamentar el silenciamiento de una voz pública, como sucedió este fin de semana en España. El cierre de la edición impresa de “Público” ha venido a ser como el último estertor de una muerte anunciada desde la caída de Zapatero. No la del PSOE, el 20-N, sino desde la rendición del expresidente a los intereses de su partido, medio año antes. Él fue su impulsor, del citado diario y del canal “La Sexta”, también hoy en otras manos, por un afán naif de zafarse de los dictados del grupo Prisa, custodio del socialismo cuajado en la Transición que el zapaterismo consideraba obsoleto; a la postre aquello fue fruto del miedo, decían los jóvenes adanistas aún sin saber lo que decían.
Se trataba de sustituir aquella ortodoxia felipista por una visión supuestamente joven, de un izquierdismo más radical que socialista, la memoria histórica como pretexto gauchista, promotor de nuevos derechos y liberador de deberes. Justamente la idea con que Carme Chacón se estrelló en el reciente congreso del partido. Su mentor, Barroso, perdió frente a lo conocido, Rubalcaba y su grupo mediático amigo.
La empresa, meritoria como cualquier otra, ha caído víctima de su nacimiento, demasiado dependiente de una coyuntura política que el tiempo y los hechos han demostrado carente de solvencia. Más que dinero de nuevos inversores lo que a la empresa le ha faltado es la confianza de un público suficientemente representativo dentro de la sociedad española actual. Ese es el oxígeno indispensable en toda iniciativa editorial.
Sus lectores, que los tenía y muchos seguirán su edición electrónica mientras dure, no sumaban la masa crítica suficiente como para hacerla sostenible. Una aventura que habría podido seguir adelante si no hubieran cambiado radicalmente las circunstancias. La pérdida del Gobierno y luego la del control del partido, acabó por espantar a los pocos paganinis con que contaban Roures y cía. ¿Quién iba a agradecerles ahora los favores prestados?
Así es la realidad. Nació en el último trimestre de 2007 con la crisis de las subprime, el peor momento posible; en un mercado saturado y perturbado por cabeceras de difusión gratuita; con una plantilla desmesurada, y un exceso de dirigismo. Quizá haya servido más de altavoz de sus promotores que de portavoz de los lectores.
En todo caso, falta una voz, y el recuerdo de Voltaire.