Como hace cuarenta y dos años, hoy los españoles estamos dando al mundo un nuevo ejemplo de lo que una sociedad es capaz de alcanzar cuando en ello pone su empeño. Entonces fue el cómo organizar la convivencia en libertad pasando de la dictadura nacida de una guerra civil a una democracia por todos compartida. Ahora se trata de revelar el recorrido inverso, mostrando la capacidad del mismo pueblo para arruinar su patrimonio, para volver a las andadas que jalonaron los dos últimos siglos de la nación.
En un lóbrego compás de espera, los ciudadanos asisten al empeño de un político fracasado por coronarse jefe de Gobierno sin reparar en costes. Los resortes del Estado a su servicio han grabado dos imágenes falaces. La primera, que sólo él puede hacerse cargo de la administración del país. La segunda, que lo importante es que haya pronto un Gobierno, el Gobierno que él quiera.
Los datos cantan que representa al veintiocho por ciento de los votantes, menos del dieciocho por ciento de los ciudadanos con derecho a voto. Y se presenta con el aval de haber perdido en seis meses más de medio millón de votos.
Que él es el llamado por las urnas a dirigir del país no es ningún axioma; pura falsedad. Como falso es que la existencia de cualquier Gobierno constituya una apremiante necesidad.
Él cerró alevosamente la capacidad de formar el Gobierno que requiere un país en trance de ser desguazado por la sinrazón de pretéritos fundamentalismos sufridos el pasado siglo en media Europa, desde los Urales al Mediterráneo. Un Gobierno respaldado por la mayoría absoluta precisa para restaurar la confianza en las instituciones, 218 escaños cuanto menos, da fuerza para superar cuanto se ponga por delante. Pero no, busca otra cosa.
El personaje se presentará hoy ante el Rey aduciendo que su acuerdo con los comunistas no le da la mayoría necesaria para ser investido pero que tiene a su disposición las abstenciones precisas para impedir una derrota. Y el Rey habrá de creerle porque los presuntos compinches han decidido no acudir a la cita con el Jefe del Estado. ¿O no?
Si de la audiencia saliera con la encomienda constitucional de presentar su candidatura a la Presidencia, Sánchez volvería a mentir a todos y cada uno de los españoles sobre lo que se propone hacer con tan singulares compañeros de viaje. Todo será puro artificio; luego, el desmembramiento de nuestra sociedad.
La concordia vivida durante cuatro décadas pasará a la historia víctima de inciviles ajustes de cuentas, hasta que ese reflujo tan propio de nuestro ADN vuelva a poner las cosas en su sitio.
Un sitio donde la Universidad no ponga su cátedra a disposición de un asesino, como ayer ocurrió en la del País Vasco, precisamente en la jornada dedicada a los derechos humanos. Un tiempo en el que felones y forajidos cumplan su deuda con la sociedad que trataron de destrozar.